Pensé que había escapado vivo de aquello, relativamente intacto.
Y me sorprendí cada vez que lo pensaba. Al final, todo fue cuestión de tiempo.
Eso creí.
Pero, esta última semana, he vuelto. Llevaba un tiempo por aquí, pero no había vuelto todavía. No sé si me entiendes.
Al volver, y por casualidades de la vida, tuve la oportunidad de visitar algunas partes del pasado. Vinieron ellas a mí, los fantasmas de Navidades pasadas, y cerraron la puerta para que pudiera deshacer el equipaje.
Verás, yo pensaba que no habías dejado huella. Al menos, no permanente. Pero resulta que al parecer sí lo hiciste. O más que dejar nada, te llevaste algo.
Todo empezó la última vez que me mentiste. Cuando colgué el teléfono lo supe; que era la última vez, pero también la primera en la que supe claramente que me mentías.
Creo que tú lo sabías también, pero no fuiste lo suficientemente valiente como para reconocerlo. Ni a ti, ni a mí.
Después de aquello se apagaron las luces durante un tiempo y yo, consciente de que no podía hacer nada para escapar de esa negrura, asumí ese tiempo a oscuras para intentar aprender de todo aquello y poder, en el futuro, evitar tanta tragedia. Tanto dolor, tanta confusión y tanta pena.
Decidí extraer conclusiones, repasar cada movimiento y circunstancia- las recordaba todas- y establecer cuáles habían sido mis errores, a fin de no volver jamás a cometerlos.
Hoy sé lo que me robasteis, tú y el purgatorio en el que viví cuando marchaste.
Me robaste las ganas de pelear, la fe, el empuje y sobre todo, la paciencia. Abandoné la costumbre de seguir y me marqué una regla temporal a fin de protegerme.
Y encontré a un viejo compañero que dejé tirado hace mucho en una cuneta; el miedo. O la vergüenza, no sé, a veces es complicado distinguirlos.
Y es por eso, quizá, que se me escapó una chica esdrújula y hoy no he llamado por teléfono a una isla recién redescubierta.
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