martes, 25 de noviembre de 2008

En las noches más solitarias hasta el destello de un arma de fuego al dispararse puede confundirse con un relámpago de bienvenida.

Yo no tengo miedo a la soledad, no tanto como para equivocar
una masacre con el comienzo de unos fuegos artificiales. Hoy.

Yo me sacudo y tiemblo, me baño en mi rabia. La pruebo. No tengo miedo
a la hora de admitir el mal del que soy capaz. A la hora de aceptar nuestro aislamiento.

No intento aparentar ser más humano de lo que soy, sentir más que lo que siento.

No reniego del daño que he hecho, fui consciente
todo el tiempo. Quizá sólo estoy sembrando un campo con desmanes
desfiando al karma acumulando poco a poco tempestades en mi contra.

Y algún día éste venga a cobrarse todo el dolor que repartí, que no supe digerir
y me lo devuelva en un enorme estallido de sangre y entonces sí
busque mi luz entre la noche, una mujer esperandome en un vestido largo y brillante
con la promesa envuelta de hacerme sentir un ser vivo de nuevo. Mañana.

Hay muchos tipos de Apocalipsis para acabar con un sólo mundo y quizá yo sólo
estoy sentando las bases de mi propio cataclismo.

Agua

Aquel hombre tenía una nube toda para él solo. Una nube que no dejaba de perseguirle allá adonde fuera, descargando sobre su cabeza siempre la misma melancólica tormenta. Leve, irregular pero contundente, gris, carente de ritmo y melodía. No era de esas tormentas que te conforta escuchar con los ojos cerrados apoyando la frente en la ventana, sintiendo el calor que proporcionan tanto su rumor como el radiador bajo las palmas de las manos. Era más bien una de esas tormentas que invitan de algún modo primario y retorcidamente imprevisible a dejarte ir, renunciar a la coraza y llorar silenciosamente sin ningún motivo, sin ningún fin lágrimas que escuecen. Una de esas tormentas que te hacen sentir terriblemente frío e irremediablemente solo.
Ese hombre soportaba día a día su propia tormenta de tristeza. Incluso cuando llovía ahí fuera, por igual para todo el mundo, no importaba con qué cadencia, su nube se mantenía encima de sus hombros, siempre con la misma lluvia, siempre allí, siempre con él. Siempre. Supongo que llevaba años viviendo bajo la lluvia, porque ya no parecía ni siquiera vestirse para ella. Su abrigo estaba claramente empapado, totalmente penetrado por la lluvia, invadido de humedad y de escalofrios. Su abrigo no estaba pensado inicialmente para ser impermeable ni soportar el aguacero por más tiempo que el que dura una carrera hasta un portal, pero el hombre seguía sin adecuarse al temporal.
Creo que a eso se le llama resignación, cuando se renuncia a cambiar las circunstancias, cuando es insoportable la evidencia de que lo que es es lo que hay y no queda sino aceptarlo. Sus ojos tristes lo confirmaban cada vez que conseguía cruzarme entre ellos y su camino al suelo. Ese hombre ya no buscaba más, no esperaba nada más. Ese hombre vivía bajo una nube siempre cargada de lluvia y él había aprendido a vivir con su tormenta. Eso era todo. Eso era todo, al menos para él.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Lo humano de estas fiestas

El alumbrado de las calles dice
que la Navidad ha muerto.
Lo anuncia temprano,
principios de Noviembre.
Se jactan de su fallecimiento los macarrones
(pequeños tirabuzones de luces).
Ocultan su cadáver sopas de letras
con palabras que adolecen
una lejanía alarmante de las tradiciones.
Diciembre lo decoran corazones y estrellas
tendidas de farola a farola
por encima de los coches.
Por unos días son hermanas
de los letreros de las tiendas
que quieren suplantar la Navidad
con nosequé descuentos, nosequé ofertas.
La Navidad no puede empezar en Noviembre.
La Navidad ya nunca empieza.
Pero... ¿en Noviembre?
Jesucristo nace muerto
cada veinticinco de Diciembre.
Es un feto que no llora, no respira
y a nadie le importa.
No mientras el pavo anglicano cope la mesa,
no si los niños abren sus regalos
con sus ojitos iluminados al pie de la chimenea.
Deslumbrados de codicia.
Las luces llevan ya un mes puestas
a diez del once de dos mil siete.
No me dicen nada.
La Navidad no es de su época.
Su brillo parte el vaho.
Modernismo amnésico sobre las aceras.

martes, 11 de noviembre de 2008

No quiero que nadie me quiera. Prefiero que nadie me quiera.
No hasta que esté preparado para querer. Hasta que esté preparado y sepa
cómo soportarlo.

No es mia.Soy yo.

Para qué te quiero si no puedo quererte.
Si sé que hay cosas que nunca dijiste aunque las sintieras,
lo noto, sí, lo noto
lo noto y lo odio,
lo detesto, veo rojo de pensarlo.
Ojalá esas cosas fueran fuego,
te quemaran dentro y explotaran,
explotaras.
Mejor para mí,
porque para qué te quiero
si no puedo quererte.
Todo sería más fácil si no estuvieras,
pero estás.
Estás cada día,
a veces más y a veces menos,
pero no te vas.
¿Por qué? Buena pregunta,
sin respuesta
como casi todas.
Así eres tú:
un gran enigma sin resolver.
¿Eres humano? Yo que sé.
Quizás no, y si lo eres no te gusta serlo.
Yo quiero a alguien de mi naturaleza,
con sentimientos más allá de los que se escriben,
que sepa llorar y ser débil,
que sepa saltarse las reglas de lo correcto.
Estás muy lejos.
Tan lejos que no puedo quererte.

lunes, 10 de noviembre de 2008

OBAMA

Oh amigo mío, estoy deseando verlo. Ahora que está ÉL a ver a quién demonios le echan la culpa de todo. Esto promete, no puedo esperar a ver con qué imaginativa idea me sorprenden. El planeta está decididamente aborregado. Oh amigo mio, esto realmente promete.