El alumbrado de las calles dice
que la Navidad ha muerto.
Lo anuncia temprano,
principios de Noviembre.
Se jactan de su fallecimiento los macarrones
(pequeños tirabuzones de luces).
Ocultan su cadáver sopas de letras
con palabras que adolecen
una lejanía alarmante de las tradiciones.
Diciembre lo decoran corazones y estrellas
tendidas de farola a farola
por encima de los coches.
Por unos días son hermanas
de los letreros de las tiendas
que quieren suplantar la Navidad
con nosequé descuentos, nosequé ofertas.
La Navidad no puede empezar en Noviembre.
La Navidad ya nunca empieza.
Pero... ¿en Noviembre?
Jesucristo nace muerto
cada veinticinco de Diciembre.
Es un feto que no llora, no respira
y a nadie le importa.
No mientras el pavo anglicano cope la mesa,
no si los niños abren sus regalos
con sus ojitos iluminados al pie de la chimenea.
Deslumbrados de codicia.
Las luces llevan ya un mes puestas
a diez del once de dos mil siete.
No me dicen nada.
La Navidad no es de su época.
Su brillo parte el vaho.
Modernismo amnésico sobre las aceras.
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