sábado, 28 de febrero de 2009

Primero hay una esquina solitaria, habitada sólo por un silencio sepulcral y desapacible. El empedrado de su asfalto está cubierto solamente por colillas de tabaco, cientos de ellas. Diseminadas de manera descuidada, pero dejando islas grises al descubierto, que no cierran el paso a posibles pisadas. Durante un rato es lo único que se alcanza a ver. Nada más. De súbito aparece su cara. Es tan bella. Su pelo cobrizo le cae sobre la cara, con igual descuido que el que ha esparcido las colillas. Lleva un vestido beige con un estampado de cuadros que se difuminan de los hombros a las pantorrillas, aunque nunca se ve tanto. Sólo su busto, pero sobre todo su cara. Se muerde el labio inferior, no de manera lasciva, no, sino casi con timidez, cómo si yo fuera importante, la última parte de su puzzle, por fin. Cómo si me temiera de algún modo. Y me mira, me sigue mirando.
Yo apoyo la cabeza contra la pared y me hago el perdido, parece que la cosa no va conmigo. Pero ella me sigue mirando, y su labio toma una coloración más oscura. ¿He hablado ya de su belleza?
La noche se pasa así, evitándo cruzar nuestras miradas. Es mi sueño favorito.

lunes, 23 de febrero de 2009

Me duele la luz al enfrentarme
directamente a ella
la misma luz que activa mis partículas.
El agua que reposa a oscuras
en la quietud de los aljibes
se mantiene pura, limpia, sana
y basta un rayo de luz tan sólo para que
el manantial de pureza se vuelva estanque
y lo tomen por la fuerza bichos, microbios y bacterias.

Y huele mal y cambia de color y ya no es fresca nunca más
porque la misma luz que activa mis partículas se come nuestras células
también.
Como un niño que nace inocente, limpio, sano
que es sólo amor, sólo un algo en potencia
sólo potencia, sólo un quizá, sólo un tal vez.
Tan sólo una preciosa incógnita. La más valiosa.
Y es la luz y es su hermano quienes lo estropean
le ponen en contacto con el mal, con la guerra,
le dan a probar del ser humano y su veneno.
Si quieres hacerle un favor a ese bebé,
a ese niño que no merece la corrupción de la luz
ni la perversión a la que le somete la intemperie
llévalo a una cueva y acurrúcate con él cobijados
solamente por corrientes subterráneas que mesen sus cabellos
y le bauticen en la protección de sus cavernas
cántale una nana al son de los goteos
de la misma agua que se filtra, pura, y como tu retoño y tú
huye de la luz, huye del mundo, huye del mal que espera fuera.