sábado, 28 de febrero de 2009

Primero hay una esquina solitaria, habitada sólo por un silencio sepulcral y desapacible. El empedrado de su asfalto está cubierto solamente por colillas de tabaco, cientos de ellas. Diseminadas de manera descuidada, pero dejando islas grises al descubierto, que no cierran el paso a posibles pisadas. Durante un rato es lo único que se alcanza a ver. Nada más. De súbito aparece su cara. Es tan bella. Su pelo cobrizo le cae sobre la cara, con igual descuido que el que ha esparcido las colillas. Lleva un vestido beige con un estampado de cuadros que se difuminan de los hombros a las pantorrillas, aunque nunca se ve tanto. Sólo su busto, pero sobre todo su cara. Se muerde el labio inferior, no de manera lasciva, no, sino casi con timidez, cómo si yo fuera importante, la última parte de su puzzle, por fin. Cómo si me temiera de algún modo. Y me mira, me sigue mirando.
Yo apoyo la cabeza contra la pared y me hago el perdido, parece que la cosa no va conmigo. Pero ella me sigue mirando, y su labio toma una coloración más oscura. ¿He hablado ya de su belleza?
La noche se pasa así, evitándo cruzar nuestras miradas. Es mi sueño favorito.

No hay comentarios: