Aquella vez hablaste y te vi vocalizar confetti. Detrás tuya el cielo se dividía en dos; luz y oscuridad cada una a un lado. Y seguías diciendo tiras de colores, que se enrollaban y daban vueltas en el aire.
Los demás no parecían darse cuenta, ni de eso ni de ese cielo partido, y tampoco vieron lo que vino después. Nada de aquello.
No vieron el día que tembló la Tierra y tú, toda entera de color rosa, escupiste cuchillos. Cuchillos dentados como sierras, cuchillos malayos curvados como un signo de interrogación. Puñales toledanos. ¿Por qué lo hiciste? Te sentaba mejor el confetti, esas brillantes tiritas arcoiris.
Aunque a lo mejor no fue tampoco aquello, el confetti, puede que fueran serpientes, culebras, o tan sólo esparadrapo verde. No sé.
Ahora, si no me equivoco, desde la última vez que miré, escupes un frío y húmedo silencio, que escapa de tus labios en forma de volutas con billete de vuelta. Tú quieres decir, pero el hielo sale para volver y explotar en tu boca, de donde vuelve a salir de nuevo. Y no se acaba el ciclo, y tú no dices nada. Y yo sólo creo ver ese silencio que se dibuja porque el silencio es transparente como el agua, como el plástico y la muerte.
Digo tú quieres decir pero en fondo sólo lo creo.
Cuando recuperes la facultad del sonido y del bien, ¿querrás decirme, surtidor de silencio, cuando será fiesta otra vez, de nuevo?
¿Cuándo volverá a ser mi cumpleaños y cuándo te volverán a crecer las coletas y la inocencia?
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