Se oyeron unas llaves intentando abrir la cerradura. Por el sonido uno podía entender que las llaves encajaban, sin embargo, no eran capaces de hacer girar el tambor y desplazar el cerrojo.
La mujer cerró el grifo y depositó el plato sobre el fregadero. Guardó silencio y se mantuvo atenta a los sonidos que provenían de la entrada, no sin cierto sentimiento de intranquilidad.
Fuera quien fuese seguía tratando de maniobrar la puerta, sin éxito. Podría ser alguien que se hubiera equivocado de piso y de puerta, puede que algún borracho. Aunque, ciertamente, era demasiado temprano para que alguien hubiese bebido tanto.
Se secó las manos con el delantal y se acercó lentamente a la puerta, tan en silencio como le fue posible, escuchando. Podía intuir una respiración al otro lado, una voz queda maldiciendo y probando un lado de la llave, sacándola y volviendo a probar el otro reverso luego. Había algo familiar en su sonido. No debió hacerlo, probablemente; de haberlo pensado una vez más habría sido prudente y se hubiera alejado, quizá para descolgar el teléfono y llamar a algún vecino.
Pero abrió la puerta, y ambos dos se econtraron con sus rostros separados por apenas unos centímetros. Él estaba indudablemente sorprendido al principio, parecía no entender cómo es que al final había conseguido hacer funcionar el dichoso mecanismo. Se miró la mano donde sujetaba las llaves y luego a ella, que todavía sujetaba el pomo. Sonrió.
La mujer, visiblemente sorprendia también, retrocedió unos pasos sin dejar de mirar al hombre en el rellano, dejando el espacio suficiente para que él entrara y cerrara la puerta. Eso fue lo que hizo.
- Hola, cariño. Estás tan guapa como siempre.
Y se acercó un poco más a ella, que volvió a retroceder un poco más, conteniendo un temblor.
- Me dijiste que volverías.
- Y he vuelto.
- No, me dijiste que volverías algún día.
- Bueno, hoy es un día. Hoy es algún día, un día tan bueno como cualquier otro.
Aún conservaba esa sonrisa de timador confeso, que no pretendía esconder su zalamería. Algo en su interior pareció advertilra de que, en algún momento, había amado esa sonrisa y su descaro.
Se dió la vuelta, incapaz de seguir mirándolo.
- Yo pensé que volverías. Que volverías antes. Puede que no al cabo de unos días, puede que tardaras más, un mes o dos. Que te llevara un año, en el peor de los casos.
- Las cosas se complicaron, cariño, no podía haberlo previsto.
- Pensé que volverías...
- Y he vuelto.
Miraba por la ventana, como tratando de acordarse de algo, y, esta vez, habló más para ella misma que para cualquier otro.
- Te esperé, creí oirte entrar tantas veces... - se volvió para mirarle, sólo un segundo. Volvió a girar la cabeza- Ya es tarde.
- ¿Tarde para quién? ¿Tarde comparado con qué?
- Para nosotros, tarde comparado con lo que se suponía que debías estar lejos. Ya es tarde para todo.
- Dices que es tarde, pero estoy aquí. Y no es que nos vayamos a morir mañana ni nada por el estilo, todavía hay tiempo. Todavía puedo abrazarte y todavía podemos perdernos en algún rincón. No es tarde- se acercó un poco a ella, alzando un brazo y extendiendo la mano- Y ya sabes lo que dicen: más vale...
- ¡No!- sacudió su brazo bruscamente y abortó la tentativa del contancto- ¡No te atrevas a bromear conmigo! Perdí la cuenta, ¿sabes? Creo que la perdí a los cinco años, puede que más tarde.
El primer atisbo de una lágrima sobre su ojo izquierdo significó el final de la sonrisa de él.
Tragó salivo y su voz, ahora sí, sonaba como si llevara sin brotar desde que se separaron, y como si él mismo estuviera al borde de llorar.
- Todavía te quiero.
Ella loraba abiertamente ya, de forma queda y sin disimulo. Como más duele contemplar a una mujer llorando.
- Creo que yo a tí también, pero hace ya tanto que ni siquiera recuerdo qué debía sentir al hacerlo. No puedo recordar su efecto, no sé describir los síntomas que provocaba en mi cuerpo. Puede que te quiera, no sé, quizá lo haga siempre. O no, ya te digo que no puedo diferenciar quererte de no hacerlo, no tras todo este tiempo. Pero ya no importa- alzó la vista buscando el reloj de pared de la cocina, que estaba parado-, es tarde.
Apoyó las manos sobre el fregadero y su rostro se ocultó tras una sombra y un mechón de pelo.
Sin saber qué decir, él esperó otra reacción, un gesto. Nada.
Se dió la vuelta pausadamente, dirigiéndose hacia la puerta. La abrió y se dispuso a marcharse, pero pareció acordarse de algo en último momento y volvió a entrar. Al llegar a la mesita de la entrada dejó su manojo de llaves sobre la bandeja de plata, al lado de las de ella. No eran las mismas, no abrían nada.
Cabizbajo, se fue y cerró lentamente tras de sí.
Ella sólo se movió para abrir el grifo y llorar sin rubor al amparo del alboroto de la cascada de agua que salía de él a presión.
La mujer cerró el grifo y depositó el plato sobre el fregadero. Guardó silencio y se mantuvo atenta a los sonidos que provenían de la entrada, no sin cierto sentimiento de intranquilidad.
Fuera quien fuese seguía tratando de maniobrar la puerta, sin éxito. Podría ser alguien que se hubiera equivocado de piso y de puerta, puede que algún borracho. Aunque, ciertamente, era demasiado temprano para que alguien hubiese bebido tanto.
Se secó las manos con el delantal y se acercó lentamente a la puerta, tan en silencio como le fue posible, escuchando. Podía intuir una respiración al otro lado, una voz queda maldiciendo y probando un lado de la llave, sacándola y volviendo a probar el otro reverso luego. Había algo familiar en su sonido. No debió hacerlo, probablemente; de haberlo pensado una vez más habría sido prudente y se hubiera alejado, quizá para descolgar el teléfono y llamar a algún vecino.
Pero abrió la puerta, y ambos dos se econtraron con sus rostros separados por apenas unos centímetros. Él estaba indudablemente sorprendido al principio, parecía no entender cómo es que al final había conseguido hacer funcionar el dichoso mecanismo. Se miró la mano donde sujetaba las llaves y luego a ella, que todavía sujetaba el pomo. Sonrió.
La mujer, visiblemente sorprendia también, retrocedió unos pasos sin dejar de mirar al hombre en el rellano, dejando el espacio suficiente para que él entrara y cerrara la puerta. Eso fue lo que hizo.
- Hola, cariño. Estás tan guapa como siempre.
Y se acercó un poco más a ella, que volvió a retroceder un poco más, conteniendo un temblor.
- Me dijiste que volverías.
- Y he vuelto.
- No, me dijiste que volverías algún día.
- Bueno, hoy es un día. Hoy es algún día, un día tan bueno como cualquier otro.
Aún conservaba esa sonrisa de timador confeso, que no pretendía esconder su zalamería. Algo en su interior pareció advertilra de que, en algún momento, había amado esa sonrisa y su descaro.
Se dió la vuelta, incapaz de seguir mirándolo.
- Yo pensé que volverías. Que volverías antes. Puede que no al cabo de unos días, puede que tardaras más, un mes o dos. Que te llevara un año, en el peor de los casos.
- Las cosas se complicaron, cariño, no podía haberlo previsto.
- Pensé que volverías...
- Y he vuelto.
Miraba por la ventana, como tratando de acordarse de algo, y, esta vez, habló más para ella misma que para cualquier otro.
- Te esperé, creí oirte entrar tantas veces... - se volvió para mirarle, sólo un segundo. Volvió a girar la cabeza- Ya es tarde.
- ¿Tarde para quién? ¿Tarde comparado con qué?
- Para nosotros, tarde comparado con lo que se suponía que debías estar lejos. Ya es tarde para todo.
- Dices que es tarde, pero estoy aquí. Y no es que nos vayamos a morir mañana ni nada por el estilo, todavía hay tiempo. Todavía puedo abrazarte y todavía podemos perdernos en algún rincón. No es tarde- se acercó un poco a ella, alzando un brazo y extendiendo la mano- Y ya sabes lo que dicen: más vale...
- ¡No!- sacudió su brazo bruscamente y abortó la tentativa del contancto- ¡No te atrevas a bromear conmigo! Perdí la cuenta, ¿sabes? Creo que la perdí a los cinco años, puede que más tarde.
El primer atisbo de una lágrima sobre su ojo izquierdo significó el final de la sonrisa de él.
Tragó salivo y su voz, ahora sí, sonaba como si llevara sin brotar desde que se separaron, y como si él mismo estuviera al borde de llorar.
- Todavía te quiero.
Ella loraba abiertamente ya, de forma queda y sin disimulo. Como más duele contemplar a una mujer llorando.
- Creo que yo a tí también, pero hace ya tanto que ni siquiera recuerdo qué debía sentir al hacerlo. No puedo recordar su efecto, no sé describir los síntomas que provocaba en mi cuerpo. Puede que te quiera, no sé, quizá lo haga siempre. O no, ya te digo que no puedo diferenciar quererte de no hacerlo, no tras todo este tiempo. Pero ya no importa- alzó la vista buscando el reloj de pared de la cocina, que estaba parado-, es tarde.
Apoyó las manos sobre el fregadero y su rostro se ocultó tras una sombra y un mechón de pelo.
Sin saber qué decir, él esperó otra reacción, un gesto. Nada.
Se dió la vuelta pausadamente, dirigiéndose hacia la puerta. La abrió y se dispuso a marcharse, pero pareció acordarse de algo en último momento y volvió a entrar. Al llegar a la mesita de la entrada dejó su manojo de llaves sobre la bandeja de plata, al lado de las de ella. No eran las mismas, no abrían nada.
Cabizbajo, se fue y cerró lentamente tras de sí.
Ella sólo se movió para abrir el grifo y llorar sin rubor al amparo del alboroto de la cascada de agua que salía de él a presión.
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