
Alberto se va, como era de esperar. Se queda Ana.
Alberto se va, tras todos estos años construyendo otro Madrid, el subterráneo, impasible ante las quejas de los moradores de la superficie. Le llamaron el Faraón, y no porque tuviera nada que ver con la estirpe de los Flores, que no lo tiene. Si no por su monumental afán constructor, escarbador, tunelador. Hoy se puede cruzar Madrid de punta a punta en diez minutos, sin siquiera intuir el cielo. Y yo se lo agradezco, porque es harto cómodo. Es conveniente. Es rápido. Todos tenemos prisa hoy en día, y valoramos las cosas cuando son convenientes. Y rápidas. Y cómodas.
Cuando la gente ponía el grito en el cielo mientras Alberto abría Madrid en canal para futuro comfort de sus habitantes, yo pensaba: "Cuando todo acabe y comprueben las ventajas de todo esto, se darán cuenta de lo ridículo de sus quejas"
No ha sido el caso. Todo ha acabado, Alberto se va, y sus desagradecidos ex- súbditos todavía lamentan aquellas incomodidades pasajeras.
Pues bien, estoy seguro que cuando caiga La Bomba y la atmósfera sea irrespirable, quedando la superficie reducida a un escombroso campo de batalla entre zombis hambrientos de carne humana y máquinas rebeldes asesinas, y todos los humanos supervivientes nos veamos obligados a vivir en los túneles, es muy probable que por fin agradezcan a Alberto que hiciera tantos, tan espaciosos y en tantas direcciones.
O quizá no, quién sabe, la política es un juego de mentes enconadas.
Pero yo digo: amad los túneles, no tiréis desperdicios en ellos, puede que sean nuestro único hogar dentro de poco, desde donde tengamos que coordinar la Resistencia, reconstruir la raza humana.
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