jueves, 19 de enero de 2012

El ciclo de la vida

Iba subiendo las escaleras mecánicas del metro cuando me he sacado un moco. Era un moco largo y molesto, y lo he contemplado asido entonces a mi dedo, durante unos segundos. Una vez acabado de estudiarlo, lo he tirado al suelo con ayuda de otro dedo contiguo. He intentado ser discreto durante todo este proceso, para que nadie me viera. El moco ha caido sobre el escalón en el que estaba parado mientras subía, y se ha colado por una de las rendijas entre dos de los filamentos que sobresalen y componen dicho escalón, pero podía seguir viéndolo, cerca de mi pie derecho. Durante todo el trayecto he estado centrado en ese moco que reposaba apaciblemente y que, poco tiempo antes, había sido parte de mí. Según me acercaba al final del trayecto, me he percatado de que ese escalón, y mi moco con él, iba pronto a ser tragado por el mecanismo de las escaleras. Yo abandonaría su comfort para pisar tierra firme de nuevo, y ese preciso escalón se sumergiría bajo tierra para llegar a donde quiera que van los escalones de las escaleras mecánicas cuando vuelven a alinearse con los demás y continúan su ciclo hasta volver a ofrecerse al pie de las escaleras mecánicas para completar, una y otra vez, el mismo ciclo. Al pensar en mi moco como parte de ese proceso, he imaginado que, en algún momento del mismo y, quizá por efecto de la fuerza de la Gravedad, se desprendería del escalón para caer al suelo del habitáculo donde se confina la maquinaria. Y me he preguntado por todos los mocos que habrá en ese rincón oscuro y olvidado, por el tiempo que transcurre hasta que se desintegran en silencio los unos cerca de los otros, y por todas sus historias.

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