jueves, 29 de mayo de 2008

El brillo

¿Qué hay de ese momento en el que la miras y ves el brillo de su sonrisa?
Justo cuando comprendes que hay algo naciendo entre vosotros, de donde antes no había nada. No sabes como ha surgido porque no siempre estuvo allí y no sabes cuando empezó a estarlo pero sí sabes, aunque no lo comprendas exactamente, que es el comienzo de algo, que es un nuevo principio y nada volverá a ser igual. Que quizá esta vez sí. Que nunca la habías mirado así. Que nunca estuvo tan guapa y nunca fuiste tan feliz.

martes, 20 de mayo de 2008

El Tiempo


Algún día tu y yo tambíen seremos viejos
y nos sentaremos en un banco a ver pasar el tiempo.
Pareceremos así de inocentes, como si en nuestro mundo nunca hubieramos sabido del mal

como hacen los jóvenes.

lunes, 19 de mayo de 2008

Entre "aquí" y "allí"

Me he despertado en el asiento de atrás,
a tu lado, y me has sonreído.
Es la primera vez que te veo en mi vida
y siento que ya te conozco. De algún modo.
Una ciudad aparentemente desierta
susurra una extraña calma tras los cristales.
Siento que es una ciudad herida, en guerra,
un lugar peligroso. Pero sigues sonriendo.
Como el taxista te sonríe desde el retrovisor
conduciendo por calles en silencio hechas a medida.
Me doy cuenta que das sentido a este mundo,
que a tu alrededor cobra forma.
Sin ti no sería como es, sería otro.
Este mundo es tuyo. Esta ciudad creció para ti,
aún antes de que nacieras.
Es mi sueño pero el escenario es tuyo.
Eres la razón por la que siento la calma en el peligro,
por la que no me asusta la guerra.
Me has traído a tu lado de la metáfora,
al reino de tus avenidas.
Sin ti, un cataclismo y luego nada.
La tierra desierta. El cielo desierto. Nada.
Es porque tú vas en este taxi
que el Sol está en cada tejado de cada edificio
bañándolos de naranja.
Siempre en el mismo lugar de la ventana.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Llueve a trozos en la ciudad

Las personas se buscan unas a otras. Está en su naturaleza, quizá. Está en la naturaleza de todo animal; moverse en manada, cazar en grupo, cohabitar las madrigueras. Nosotros a nuestra manera también queremos compartir nuestras cuevas, sentir que no estamos solos contra los elementos, disfrutar de la seguridad que proporciona la cercanía de iguales.
Queremos ver otras luces cuando nos asomamos a nuestras ventanas.
Cuando conseguimos caminar sin necesitar los brazos aprendimos a levantar pueblos, a perfeccionar ese ideal de comunidad, nos inventamos la palabra “vecino”. Nos la inventamos y nos gustó mucho. Y su plural creció salvaje, cobró vida propia y, como todo niño malcriado, se volvió contra su padre. Díscolo y caprichoso decidió no seguir las reglas.
Se fugó de casa y se casó con la Ciudad. Se casó con ella, eran dos seres idénticos, como reflejos a ambos lados de un mismo espejo, y su destino era estar juntos. Cambiar el mundo. Se hicieron con el poder y tomaron a los hombres como hijos, otra vez el aprendiz superó al maestro. Crecieron juntos, y cuanto más crecían más pequeños eran los habitantes de la Ciudad, más insignificantes los unos para los otros, más extraños. Aquellos animales que tiempo atrás se buscaron por instinto eran ahora unos perfectos desconocidos, separados por montañas de hormigón y toda una red de ondas invisibles.
Nuestros hermanos se convirtieron entonces en nuestros enemigos mientras nos tragaba la urbe en su autodestrucción hacia la ruina, tan asustados de su incierto futuro en su creciente prisión como de los otros presos. Esos presos que antes iban a compartir la seguridad de nuestro hogar conjunto.

No tiene sentido vivir en un lugar en el cual no llueve a la vez en todas sus partes.
Mi casa está en Madrid. El Bernabeu también está en Madrid. Llueve en el estadio pero no en mi casa. Que alguien me diga otra vez que somos vecinos.

domingo, 4 de mayo de 2008

Batalla bajo el puente de Brooklyn

Llevaba meses soñando con mujeres. Casi cada noche. Algunas me eran familiares; amigas o conocidas, otras me las inventaba directamente. Soñaba con ellas, con citas, encuentros casuales, con besos. Las besaba a todas, aprovechando que en mis sueños sólo yo pongo las reglas y sólo yo soy el dueño. Si no las beso cuando soy el único que manda, no sé cuando voy a besarlas. Son todas esas chicas que en la vida real no me besarían.
Pero esta noche no, esta noche he tenido otro sueño. He soñado que dos ballenas peleaban bajo la isla de Manhattan. Dos ballenas enormes y furiosas, chocando bajo el agua, tan violentamente. Se separaban y luego impactaban una con otra, tan cerca que podía distinguir esas rallas en su estómago, los ojos entornados. Sé que llovia sobre la ciudad y sobre el mar que configuran el East, el Harlem, el Hudson y todos los demás Rivers. Lo sé porque bajo las olas, desde donde yo contemplaba los titanes, podía ver los relámpagos que iluminaban la espectacular batalla, cómo las bestias salían a la superficie para cojer impulso y golpear a su contrincante. A mi lado había una niña. No una de esas mujeres con las que suelo soñar, sino una niña pequeña. Negra, con coletas. De alguna manera no necesitaba respirar bajo el agua, como yo, y sus ropas no estaban mojadas, como no lo estaban las mías. De alguna manera sólo contemplaba hipnotizada la escena, los flashes de luz, las embestidas. Como yo.
No sé si alguien más ha podido presenciar alguna vez dos ballenas peleando, ver lo que ví yo ayer noche, pero si realmente lo ha hecho, seguro que coincidirá conmigo en que es algo brutal, digno de ver.