jueves, 21 de mayo de 2009

Una canción del pasado

Hay un viejo borracho sentado en el último de los taburetes que conforman esa línea de banquetas que marca la frontera entre el mundo real y el mundo de los abandonados. Está bebiendo una suerte de whisky malo, de un marrón más oscuro de lo que marcan los cánones, como todos los dias. No es dificil imaginar, al entrar por la puerta del tugurio que bien podría llamar hogar, que lo siguiente que se verá será su indolente figura, recortada tras una nube de tabaco barato que es la verdadera dueña del local. Dicen que nunca se quita esas gafas de sol, de cristales oscuros, de esquiar. No se las quita ni siquiera para beber en el bar, dónde la oscuridad, la penumbra y la sombra son ya de por sí casi asfixianes. Tanto las reales como las que traen los perdedores que van allí a beber mal por pocas monedas. Él, desde luego, lleva tanto tiempo bebiendo por rutina, tanto tanto tiempo que casi no recuerda el no hacerlo, que hace mucho que dejó de exigirle calidad a si bebida tanto como le exige grados de atenuación del dolor. Con 45 o más se siente más que satisfecho. Al whisky, como a la vida misma, ha aprendido a no pedirle más de lo estrictamente necesario. Sus gafas distorsionan su realidad; a decir verdad lo ve todo no oscuro, si no amarillo, amarillo ocre. Todo excepto algunos colores, algunas luces brillantes. Los semáforos en verde, por ejemplo, se le aparecen a él como un cierto azul débil y moribundo. A quién demonios le importan ya los colores, de todos modos. Porque a él desde luego no.
Hace mucho que ta no le importan demasiadas cosas. No está allí bebiendo para olvidar, eso ya no. Hace tiempo otro bebedor más experto que él le hizo entender que el alcohol nunca conseguirá hacerte olvidar, pero sí puede adormecerte, suprimir ciertas funciones de tu cerebro para que no puedas pensar con claridad, para que no puedas sentir con propiedad. Para que tus recuerdos no te hagan sufrir, si tienen que quedarse. Bendito alcohol. Bobby no quiere olvidar, sabe que no puede, y olvidar la razón por la cual es fiel a su taburete tanto más de lo que lo fue antes a cualquier ser humano, sería negarse a sí mismo, a quien es ahora. No, él honra su desgracia, santifica su desgracia, celebra su desgracia hundiéndose cada día en esa niebla de nicotina y bebiendo hora tras hora, con la mirada perdida, contemplando el reflejo en un espejo de un hombre en tonos amarillos que no le devuelve la cortesía del saludo. Es lo menos que puede hacer, lo sabe en conciencia. No importa que no haya nada nunca en el fondo de la botella, ninguna sonrisa, ningún consuelo. Tan sólo la promesa de otra botella más. Pero eso es, a estas alturas, mucho más de lo que podría pensarse que merece.

miércoles, 20 de mayo de 2009

sábado, 9 de mayo de 2009

El regreso de las velas

La electricidad se está fugando
deserta, abandona nuestro hogar
escapa radialmente en dirección a las afueras
miles de millones de pequeñas estrellas que se llevan nuestra luz.
Nos deja a tientas en la oscuridad
oyendo los lamentos del cobre ahora vacío y frío
desnudo, sin sentido ni justificación.
Rodeados de una vasta negrura que lo envuelve todo
que lo ha engullido todo, hasta nuestra voz.
Nos deja a solas con nosotros.
Y yo voy a tocarte todo el tiempo que dure
esta noche impuesta
voy a palpar tus rasgos, acariciar tu boca,
voy a recorrer tus clavículas con las yemas de mis dedos
tus hombros
voy a encontrar tu ombligo, oler tu piel.
Quiero hacer trabajar a mis sentidos,
es la oportunidad de reconocernos
de volver a conocernos. Como la primera vez.
No hacen falta nombres, adjetivos, direcciones
sólo necesitamos nuestras manos, nuestros cuerpos, ganas
de empezar de cero.
Sin televisión, sin lavadora, sin distracciones
sólo esta opacidad eterna, medieval
que no entiende de interruptores ni estratagemas.
Tú y yo. Bautizándonos con la pantalla fundida en negro.
La electricidad, su ausencia, nos brinda
la oportunidad de enamorarnos de nuevo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Vicios y pruebas innecesarias

"¿Qué tal, que haces tú por aquí a estas horas?¿De donde vienes?"
"Anda hola...Pues me pillas volviendo a casa. Vengo de hacer una visita turística por la ciudad, se la estaba enseñando a una chica muy guapa, a la novia de otro. No había visto la catedral y no podía permitirlo, no había recorrido Sierpes ni había visto dónde ponen los Palcos en Semana Santa, no había paseado por la carrera oficial ni nadie le había dicho cómo se siente uno al entrar en la catedral de madrugada, cuando no hay nadie más que tú y tus hermanos, y lo único que alumbra ese vasto juego de arcos son las luces de los cirios que portamos y cuya llama retumba con la voz de las oraciones del Hermano Mayor, temblando pero sin llegar a apagarse nunca. Sabes lo que me gusta pasear por estas calles, más si es con alguien interesante, más si está amaneciendo por detras de los edificios y las calles están desiertas esperando a que nosotros las justifiquemos, sabes lo que me gusta arrancar una sonrisa a una desconocida y el enfermizo placer que siento al enamorarme de ella durante ese paseo que compartimos juntos y saborear la amargura de saber que ni es ni será mía más que nada porque no le interesa. Luego la he visto marchar, he metido las manos en los bolsillos y he venido paseando hasta aquí pensando en ella y sonriendo al darme cuenta de lo ridiculo que resulto a veces"
"Vaya...y,¿ qué tal estas ahora?"
"Bueno, ya sabes. Bien. No es la primera vez y... es una ciudad tan bonita."
Tengo la forma de un banco del parque,
el contorno de un espejo que contempla mejillas
delineadas de lágrimas ajenas.
Soy la almohada que utilizas para amortiguar los gritos
en la oscuridad de tu casa cuando todos los demás duermen.
Soy el guía turístico que muestra a las mujeres ya ocupadas
los encantos de las ciudades con magia,
el que se queda mirando cómo se alejan
escoltadas sólo por el amanecer
mientras yo aprieto los dientes y retuerzo los dedos de mis manos
que rebuscan en mis bolsillos algo que decir para que vuelvan.
El mejor amigo que duerme solo arrugando unas sabanas desiertas
habitadas en todo caso por un silencio incierto.
Tengo la forma de ese hombre profundamente solo
rodeado de gente que no le dice nada.
Y al que ya no oyen.