Fue como abrir los ojos a la luz después de pasar años en la oscuridad.
Al principio no lo vi. Luego sí, apareció de repente. No sé exactamente cuando. Ahora no está, ahora sí. Para cuando me di cuenta era ya tarde, de todos modos.
¿Por qué no lo ve nadie más? Cuando intento explicarlo me tratan como al loco ese de la película. Pero se lo digo, les digo: "¿No lo veis? ¿No lo veis? ¡Está ahí! En su mano... " Lo señalo. La gente asiente, cariñosamente y con cuidado. No quieren ofenderme, intentan tranquilizarme. Ssshhhh.
¿Estaba desde un principio ese cuchillo en tu mano? ¿Por qué no lo vi? Si lleva mi nombre escrito, con sangre- ¿de quién?- es su filo. Cada vez que lo miro es como si estuviera contemplando una sonrisa siniestra y macabra del tamaño de una valla publicitaria. La sonrisa de mi asesino, que disfruta saboreando mi miedo antes de matarme, y se relame. La dilatación de mis pupilas. Que se excita al distinguir entre mis gestos la certeza de mi propio final.
Intenté correr, ¿sabes? Huir. Intenté correr por un pasillo blanco, plagado de puertas sin pomos. Tú seguías inmovil, con el cuchillo en la mano y, en la boca, una sonrisa que en realidad no está, que sólo me imagino. Que no existe, no como el cuchillo. El cuchillo sí.
Siempre llevas una camiseta de tirantes blanca y una falda negra plisada que se cierra por encima del ombligo y no te cubre las rodillas.
Quise escapar, pero estás en mi cabeza y mi cabeza es redonda. No se puede avanzar mucho sin tener que volver irremediablemente al principio.
Luego está el conflicto interno. Porque yo grito: ¡Corred! pero mi pie izquierdo no hace caso. Mi pie izquierdo intenta- cara de esfuerzo, un gruñido- avanzar hacia ti. Mi mano derecha quiere acariciar tu mejilla y tus labios, asentarse en tu cadera. Y mis dos ojos buscan los tuyos por los bordes, mientras yo me esfuerzo en girar la cara y me retuerzo. Como un signo de interrogación que pretende que se toquen sus extremos, luego empieza a llorar y más tarde explota.
Tú ni siquiera pestañeas. Me gustas cuando me miras fijamente, a veces pones morritos. Me gustas casi siempre.
No pestañeas, digo. Aprietas el cuchillo entre tus dedos.
¿Sabes? A veces creo que tú tampoco lo ves, no sabes que lo tienes.
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