No sabes, no contestas,
no puedes decirme
cuánto aguantará nuestro calor bajo esta nieve.
No les mires a ellos
no,
tampoco ellos saben la respuesta
ni cuanto quema el fuego al blanco vivo
de las chispas que dibujan en el suelo tus talones.
Yo subí esta montaña tras de ti
buscando la lumbre que escondiste
o que perdiste, ya no sé.
La luz que me llenaba la boca a borbotones.
No les miro a ellos,
no,
miro alrededor y luego
no miro absolutamente
a ninguna parte.
Pero en todos los ángulos estás tú
doblando el aire en esquinas invisibles
y la ladera dibuja tus huellas entre tallos congelados
sin que lo exijan siquiera tus pies,
que no se mueven.
Tú no me hablas, no, hace mucho ya.
Y aunque me miras tus ojos glaciales, gélidos,
dicen
que no me ves, que yo no soy,
que es otro, quizá, pero no yo, y tú tampoco eres tú.
Si hablamos de mí, no.
No puedo besarte ni abrazarte
no puedo salvarte de aquí
porque tú no perteneces
sino a esta montaña helada donde
te mantienes alejada de todo lo demás.
Tu reino de cristal
sigue creciendo terrible y enrevesado todo alrededor.
Tanto dolor no es para mí, ni tanto frío.
Quédate tu montaña y tu silencio inútil,
soberana del invierno cruel y perenne
yo pelearé mi camino de regreso contra la tormenta
y pulsare el botón que hará cambiar las estaciones.
El Sol se llevará tu cara, tus ojos, tu silencio
derretirá este Apocalipsis de copos de nieve
y yo seré libre otra vez, de nuevo, al fín
para ver más allá de estos espejismos de hielo.
Que ya es hora.
lunes, 5 de abril de 2010
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