jueves, 24 de julio de 2008

Barrotes de granito


Creo que esta maldita ciudad no me dejará marchar nunca. Es como si todas sus callejuelas llevaran a la misma plaza, sin ninguna salida más allá de los mismos laberintos que me trajeron hasta ella. Es como si fuera mi carcelera, como si esta ciudad supiera todas las cosas terribles que he hecho y tuviera la necesidad, el imperativo moral de hacermelo pagar todos los dias de mi vida; lo que quiera que dure eso. Yo moriré en esta ciudad, no importa cuánto quiera escapar, cuánto necesite huir a otro lugar y sentir el roce de una bella mujer cerca de la playa. Esta ciudad es mi particular purgatorio. Así debe ser y así será.



"Joder, tal vez eso fuera el infierno; pasar el resto de la eternidad viviendo en Brujas"

Ray(Collin Farrell), "Escondidos en Brujas"

lunes, 14 de julio de 2008

Demencia en la carretera

Lo he bajado al máximo, no se puede quitar más volumen. No lo entiendo, ¿cómo puede ser posible? Sigo oyendo su voz, ese timbre femenino configurado por defecto. No sé si algunos los venden con voz de hombre, pero todos los que he oído hablan como si estuviera en todos ellos la misma mujer, ahí dentro, dando órdenes tan metálicamente. Como si fuera siempre ella, persiguiéndome incansablemente, no importa que tape los minúsculos altavoces del maldito terminal. Es lo mismo, es lo mismo, sigue diciéndome esas cosas tan bajito, tan íntimamente.
Me sigue diciendo que me mantenga recto en el carril de la derecha una serie de metros, que no gire, aunque tras cada curva que me dice que no siga halla un precipicio esperándome, con los brazos abiertos de la muerte rodeándolo.
La mujer del GPS quiere que me lance al vacío, me lo susurra sin parar y, la verdad, no sé porqué, pero lo cierto es que quiere matarme. Ese maldito aparato quiere que me estrelle, y no deja de hablar. Ni aunque le quite las pilas y lo guarde en la guantera, aunque lo tire por las ventana. Sigo oyendo su voz, ese timbre femenino configurado por defecto, dentro de mi coche.

El camino del progreso

Al cementerio de Santa Cruz de Mudela llevaba antes un sendero bordeado por altos cipreses, que guiaban a los visitantes al siempre blanco y resplandeciente muro del camposanto. Presentaba siempre un aspecto formidable porque el guarda se afanaba con esmero en que luciera espléndido ese muro a su cuidado y lo limpiaba y repintaba constantemente.
Los fallecidos eran llevados en hombros de sus afligidos allegados hasta su morada final casi en procesión, seguidos de un cortejo ceremonioso y sufrido, que lloraba en silencio o entre gemidos la pérdida de su vecino. Era el último homenaje, la última muestra de afecto y respeto, la gran despedida. Ese camino flanqueado de cipreses vió muchos buenos hombres y mujeres del pueblo partir para no volver, entre siluetas de riguroso negro.
Pero ya no, nunca más. La Autovía del Sur llegó para partir en dos el camino que unía Santa Cruz de Mudela con su bonito y tradicional cementerio, pasándolo por encima con varios carriles en cada sentido y los guardarraíles que tanto temen los motoristas delimitando su invasión.
Aún con todo las autoridades tuvieron a bien construir un túnel que uniera un extremo de la vía con el otro, para evitar que ese cementerio se convirtiera en una isla perdida en un mar despojado de tradiciones. Para que nada evitara la marcha de ese sobrio cortejo fúnebre, aunque la caricia del aire o el castigo de la meláncolica lluvia entre los espigados árboles fuera sustituido ahora por un calor ciertamente sofocante, un leve deje claustrofóbico y el tronante residuo sonoro del paso de los enormes trailers de toneladas de peso y carga gracias a los cuales podemos encontrar siempre repletos los estantes de los supermercados de nuestros barrios y núcleos urbanos.

domingo, 6 de julio de 2008

Cuando el verano llega a California

Cuando el verano llega a California salen los locos a los campos que, desde el aire, parecen mediterráneos. A los bosques que parece que llevamos árbol a árbol, brizna a brizna. Los incendios buscan las decenas de millar y las estrellas se mudan de costa, como esa bandada de pájaros que levanta el vuelo chillando, asustados por el humo. Cuando el verano llega a California, un hombrecillo teñido de carbón y ceniza se afana con una minúscula manguera en proteger de las llamas su mansión de un millón de dólares. Cuando el verano llega a California se evaporan los recuerdos y se pierden los colores de las fotos de bodas, cumpleaños, bautizos y comuniones.

sábado, 5 de julio de 2008

Una noche que acabó demasiado pronto

Imagina ese botón descosido, desgarrado por el pomo de una puerta que quiso interponerse. Imagina ahora que tiras a la lavadora la camisa, a la cual ese botón está unido ya casi simbolicamente, sólo por la necesidad de pertenecer a algo, pero débil en su realmente física manera de seguir siendo parte de ésta. De manera testaruda. En la lavadora luchará contra toda suerte de fuerzas centrífugas que intentarán arrancarla del lugar que en un principio le correspondía, chocándose y girando en el remolino de ropa usada que, segura dentro de un todo, seguirá perteneciendo a un cuerpo indivisible. Imagina la lucha primigenia, puramente instintiva, de ese botón, buscando desesperadamente no dejar de ser una porción de lo que desde un principio aprendió a llamar hogar. Intentando preservar esos pocos jirones de hilo que todavía le unen a lo que ha conocido siempre. Queriendo no romperse aún más y seguir siendo auténtica. De marca. Es realmente alentador y también, por qué no, angustioso.