Cuando el verano llega a California salen los locos a los campos que, desde el aire, parecen mediterráneos. A los bosques que parece que llevamos árbol a árbol, brizna a brizna. Los incendios buscan las decenas de millar y las estrellas se mudan de costa, como esa bandada de pájaros que levanta el vuelo chillando, asustados por el humo. Cuando el verano llega a California, un hombrecillo teñido de carbón y ceniza se afana con una minúscula manguera en proteger de las llamas su mansión de un millón de dólares. Cuando el verano llega a California se evaporan los recuerdos y se pierden los colores de las fotos de bodas, cumpleaños, bautizos y comuniones.
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