Lo he bajado al máximo, no se puede quitar más volumen. No lo entiendo, ¿cómo puede ser posible? Sigo oyendo su voz, ese timbre femenino configurado por defecto. No sé si algunos los venden con voz de hombre, pero todos los que he oído hablan como si estuviera en todos ellos la misma mujer, ahí dentro, dando órdenes tan metálicamente. Como si fuera siempre ella, persiguiéndome incansablemente, no importa que tape los minúsculos altavoces del maldito terminal. Es lo mismo, es lo mismo, sigue diciéndome esas cosas tan bajito, tan íntimamente.
Me sigue diciendo que me mantenga recto en el carril de la derecha una serie de metros, que no gire, aunque tras cada curva que me dice que no siga halla un precipicio esperándome, con los brazos abiertos de la muerte rodeándolo.
La mujer del GPS quiere que me lance al vacío, me lo susurra sin parar y, la verdad, no sé porqué, pero lo cierto es que quiere matarme. Ese maldito aparato quiere que me estrelle, y no deja de hablar. Ni aunque le quite las pilas y lo guarde en la guantera, aunque lo tire por las ventana. Sigo oyendo su voz, ese timbre femenino configurado por defecto, dentro de mi coche.
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