Lámparas de araña crecen
entre la tierra mojada.
Se erigen desafiantes
orgullosamente descaradas
alrededor del fango y la podredumbre
y esqueletos de antiguas pasiones
tan de otra época.
Liberan el olor del fracaso a la atmósfera
de la muerte de la edad antigua, media
moderna y contemporánea de golpe.
Su musgo de la muerte, el que lo cubre,
atenaza lo que quiero y no es para mi.
El arte.
El arte que tienen otros
con el poder de inundarme por entre las fisuras
del rostro.
Por entre las arrugas, los dobleces,
los poros de la piel.
Alumbran las imágenes que quiero
que quisiera parir yo.
El arte no ha muerto para mi.
Nunca nació para mi.
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