miércoles, 25 de mayo de 2011

De lo humano y lo divino

Llegaba a casa y pensaba en escribir sobre el suicidio. Había acabado de leer "Ampliación del campo de batalla", de Houllebecq, en el metro hacía unos minutos y tenía ese tipo de sensación, ya sabéis. No he tenido una buena semana. Pero, antes de nada, el libro me ha gustado mucho y merece la pena, aunque aquellos que sufran de las mismas tendencias depresivas que yo quizá experimenten ligeros efectos secundarios. En cualquier caso, adelante con él.
Le seguía dando vueltas a comentar algo en este sentido cuando me he puesto a ver un poco de porno después de comer, como suelo hacer todos los días, y otra idea ha desplazado a la anterior. Una idea algo más ligera, puede, pero muy sombría también. Y es que no está el siglo para fiestas, supongo.
He pensado en la próxima vez que tenga sexo. Esto, un acontecimiento que se ha tornado extraño a base de costumbre- o de la falta de ella- puede ocurrir en cualquier momento entre ahora y el futuro. La estadística y la inercia parecen sugerir que más tarde que temprano. Ocurra cuando ocurra, habrá pasado mucho, mucho tiempo entre ese momento y la última vez que me viera en esa situación.

El sexo. Sexo, sexo, sexo, ¿por qué no nos llevamos bien?
Llevo años sin disfrutar contigo ni nada con lo que estés relacionado. Un tipo como yo simplemente no es capaz de disfrutar con el sexo, no se nos está permitido. Es un acontecimiento tan anormal dentro de mi rutina que bien podríamos decir que resulta extraordinario. Como un año bisiesto: no es que sea un fenómeno del todo desconocido y, en el fondo, sé que tarde o temprano tocará pero cuando al fin pasa no puedo evitar sorprenderme- ¿Ah, era este año?-.
¿Cómo pasar un buen rato, cómo relajarse? Si para mí, dada la clase de relaciones que mantengo, cada vez que al fin me acuesto con una mujer es como si estuviera presentándome a una audición. Como Matt LeBlanc cuando apareció en el casting de Friends después de que unas copas se le complicaran y no durmiera en toda la noche, muerto de miedo ante la oportunidad de su vida. Ahí estoy, lejos de mi mejor forma y ante un público que me va a juzgar con un ojo crítico en exceso y a quien debo impresionar si quiero pasar a la siguiente ronda o si, al menos, pretendo que no le hablen mal de mí a otros directores de casting y así conservar la oportunidad de presentarme a más audiciones en adelante. Aunque sea dentro de unos años...

Algunos me hablan de la diferencia entre "hacer el amor" y "tener sexo"-"tener sexo" es eso a lo que la gente normal llama "follar"- y me explican las ventajas que tiene lo primero sobre lo segundo. Sin pretender ponerme muy profundo, yo creo que lo que desde luego es mucho mejor que "follar" es "follar regularmente". Quizá entonces, a fuerza de costumbre, no se convierta en una experiencia tan traumática, una sensación tan ajena. Puede que así se pueda afrontar con tranquilidad y sin ninguna clase de remordimiento por no haber hecho un último repaso antes de presentarme.
Hacerlo regularmente es algo así como estar en un plan Bolonia de las relaciones humanas; tienes muchas oportunidades de demostrar lo que sabes y no importa que la cagues un poco en alguna de ellas, porque muy pronto puedes subir nota. Y claro, tienes examen todas las semanas, no sé si sabéis a qué me refiero...

Una pareja puede hacerte feliz. O no, no es mi intención teorizar en exceso, pero lo que seguro te ofrece es una sugerente dosis de sexo frecuente, lo cual puede observarse como una bonita costumbre. Una oportunidad inmejorable para entrenar y mejorar nuestro estilo- pues sólo con la práctica constante podemos acercarnos mínimamente a la perfección- y cimentar nuestra confianza. Ir al cine los sábados está bien. Visitar un museo algún que otro Domingo suelto también es una posibilidad interesante. Sin embargo, lo realmente atractivo de una relación de pareja es la multitud de oportunidades que presenta a la hora de tener sexo sin necesidad de que pasen años entre una experiencia y la siguiente. Una cita inmejorable a la que se puede asistir con la ligereza del que se sabe escogido y no debe buscar un mensaje oculto, una señal, una clave en cada gesto del otro, intentando extraer alguna conclusión de cómo está desarrollándose el momento. Un lapso en el cual esté permitido desconectar el cerebro y poner en piloto automático el cuerpo. Un rato simpático.
Desde luego, la posibilidad de follar regularmente es, con mucha diferencia sobre todas las demás, la carácterística que más llama mi atención a la hora de desear, como hago ahora, encontrar novia. No sé, llamadme romántico.

*Me resulta curioso pensar que, hace un par de años, escribí un post llamado "Yo y el resto" en el que, entre otras cosas, me lamentaba de la gran cantidad de "sexo sin sentido" que practicaba. Menudo gilipollas que era ese puto niñato. No es broma cuando digo que me odio en pasado. ¿Debería escribir una nota a mi futuro yo pidiéndole perdón por las veces que lamento el rato que paso lavándome el pelo que él ya no tiene? ¿O por las veces que me da pereza hacer abdominales? Quizá sí. Quizá sí...

domingo, 22 de mayo de 2011

Es para ti

Y una noche, en una boda después de auqella boda, me sorprendo dândome cuenta de que ya no me gustas. Y me encanta la sensación.

domingo, 15 de mayo de 2011

Leones en cajas

Me dijo que, para escuchar su respuesta, debía esperar un tiempo, pero ¿cuánto, cuánto tiempo? Ya lo sabrás, me dijo.
Pero, ¿cuánto? ¿El que tarda un semáforo en rojo en pasar a ámbar y luego a verde? ¿Lo que tardan en traerme un libro de segunda mano de Inglaterra? ¿O todo el tiempo que transcurrió la noche que esperé a que se diera la vuelta y me mirara, susurrándole al oído sus adivinanzas favoritas de cuando ella era una chiquilla, sentada como estaba en el tejado, con los pies colgando sobre la ciudad? Porque aquella noche que ella esperó al amanecer con los ojos cerrados y dándome la espalda, la Luna, una media Luna, una Luna turca y borracha de espadas, parecía no moverse y mi reloj parecía no poder vencer la resistencia de los segundos pegajosos y remolones. Porque, aquella noche, amaneció tras siete años, y el día trajo consigo toda una camada de crías de cuervos, pero ninguna palabra ni ninguna mirada, ni suerte. No, no estaba dispuesto a pasar otra vez por eso.
Como ella no quería darme ninguna información, decidí que sólo podía preguntarle por el tiempo al mismísimo Tiempo. Pero claro, El Tiempo es complicado de abordar, porque, ¿sabéis?, El Tiempo se mueve todo el tiempo. Y cada vez que corría a su encuentro, Él ya se había marchado, había pasado por allí, sí, pero ahora estaba llegando al futuro, siempre estaba en el futuro cuando yo llegaba. Llegaba tarde, llegaba en pasado a un presente que ya estaba renunciando a todo título y privilegio y que también había sido abandonado. Y lo único que dejaba El Tiempo para mí y para el presente huérfano y bastardo era el eco de una risa cruel que parecía haber dejado grabada detrás de sí a modo de contestador, para recoger mi mensaje o, en este caso, mi pregunta. El Tiempo es ciertamente cruel, como digo, porque, veréis, el problema con El Tiempo- o uno de ellos- es que nunca pierde, pero tampoco ha aprendido jamás a ganar porque no lo ha necesitado y no conoce de códigos de caballeros ni modelos de conducta.
No sé cuánto tiempo pasamos jugando al ratón y al gato, El Tiempo y yo, pero comencé a sospechar que Él tampoco albergaba la respuesta de cuánto debía esperar por ella- ¿cuánto era suficiente? ¿Cuánto mucho, cuánto poco, era alguna vez demasiado?- y tampoco siquiera acariciaba ya la esperanza de que, si la tuviera, fuera alguna vez a aguardar por mí y compartirla. El Tiempo encontraba divertido nuestra pequeña representación, más yo comencé a olvidar su sonrisa, la manera en que su melena ondeaba ligeramente, mecida por la brisa nocturna, del mismo modo y con la misma cadencia que lo hacían sus pies trece pisos sobre el asfalto. Y decidí volver tras ella para poder recordar todo aquello y seguir susurrándole infancias al oído aunque nunca me hubiera mostrado sus ojos.
Pero cuándo llegué ya no estaba. ¿Había acaso estado fuera tanto que ella se cansara? ¿Había pasado demasiado tiempo tratando de alcanzar al Tiempo para poder interrogarle acerca de cúanto tiempo era el tiempo que ella deseaba que la esperase? ¿Era eso?
No, no. No. No, por favor.
Así que corrí, otra vez, de nuevo. Volví a correr cómo llevaba tanto haciendo, sólo que ahora en pos de ella, reprochándome lo impaciente y estúpido que había sido. La busqué en el banco que no tenía patas, la busqué donde aprendió a cantarle a las grietas del asfalto, allí donde gustaba de observar a las gaviotas posarse sobre las barcazas que llevaban la basura de nuestra ciudad a pueblos más pobres y necesitados que estuvieran dispuestos a aceptar albergar los residuos de otros a cambio de limosna. La busqué en nuestra azotea, pero no estaba.
Y cada vez que llegué a cualquiera de los lugares donde ella reinó o reinaba, sólo econtré un vacío levemente ocupado por una risa cruel que me recordaba que llegaba tarde, que había estado allí, si, pero ya se había ido hacía algún tiempo.


*Para la señorita Carlota, porque me lee aunque no tenga ninguna obligación conmigo y eso es de agradecer, además de una muestra de su estoicismo y valentía. Por cierto, durante un tiempo yo también me llamé Carlota, pero eso es otra historia.

domingo, 8 de mayo de 2011

El eterno retorno de lo mismo

A aquellos novios y novias que se enamoraron a los 16, 17 o 18 años y tienen el erróneo convencimiento de que no hay nadie más para ellos ahí fuera, por malo que sea que quien está ahora aquí dentro. A todas esas parejas que no conocen otro tipo de relación que la que mantienen, ni distintos compañeros que aquellos que fueron los primeros. A todos esos infelices que periódicamente se atreven a buscar la felicidad cortando los lazos que les unen al primer y todavía único amor, pero a los que el valor no les dura demasiado tiempo. A los que se odian, lo dejan, vuelven y continúan odiándose. A los testículos que se hinchan cuando pasan demasiado tiempo junto a ella pero se empequeñecen a causa del terror según parece que se aleja. A jovencitas que tiemblan preguntándose si encontrarán a alguien que les abrace igual que lo hacía él cuando se vayan a la cama, los días que papá y mamá están fuera.
A esos novios, parejas, relaciones que no saben si están juntos o separados pero no les acaba de gustar ninguno de los dos estados, que continua y cansinamente entran y salen.
A esto y no a otra cosa es a lo que se refirió Nietszche cuando habló del "Eterno retorno de lo mismo".

viernes, 6 de mayo de 2011

Spain is different

Una de las primeras cosas de las que hablaré a los americanos cuando me pidan que les cuente cosas de mi país es que en España se sale los Viernes. Es el día fuerte, cuando más gente lo hace. Puede que les parezca extraño, tengo entendido que ellos son más de Sábados. Sin embargo, yo les explicaré que es casi un imperativo; no ponen nada ni remotamente decente en la tele.

martes, 3 de mayo de 2011

Aquellos que están locos, con ganas de todo a la vez

He soñado que ya llegó el momento de que certifique que habito esta esfera irregular y maciza. De viajar muy lejos, hasta la línea del horizonte donde descansa el surtidor del cual brotan las estrellas por la noche, buscando que alguien me selle el ticket de la vida, que me entreguen mi billete.

Sé, porque lo he oído contar a edecanes proscritos de cabellos claros que cruzan los riscos a lomos de sus mastines plateados, que antes debo recorrer muchas y distintas tierras. Parajes que sólo pueden ser factibles para peregrinos de mentes limpias y carentes de expectativas; aquellos que nada esperan y todo les es revelado en recompensa a su tibieza. En cada una de esas tierras de irrealidad latente y frágil recogeré sellos para que mi cartilla de viaje atestigüe que completé tantas etapas del camino como era necesario a fin de apurar mi vida y llegar a tiempo de comprenderlo todo, cómo propuso Kavafis en su Ítaca. Terminar antes sería del todo inútil.

Espero encontrar el lugar idóneo para detenerme y contemplar, como aquel que se asoma por la ventana de un ferrocarril que comienza su marcha, el desfile de montañas rojas en constante crecimiento y lagos tan cristalinos y curvilíneos que su concavidad haga las veces de espejo burlón y descomponedor del cielo. De tal manera que ya nunca más parezca que la luz sigue una línea recta, si no que ella también decide vagabundear, al igual que yo, antes de alcanzar finalmente su destino.

Deberé viajar mucho tiempo. Tanto, que quizá cruce campos dorados de trigo atravesados por hileras infinitas de padres que sostengan a sus hijos sobre su regazo mientras azotan rítmicamente sus traseros desnudos y los chiquillos guardan, con estoicismo, el silencio de los resignados. Quiero tardar mucho, como digo, de manera que a mi regreso pase por los mismos campos y contemple entonces a los niños, ya crecidos, que golpean a sus ahora ancianos padres, los mismos que, tiempo atrás, pretendieron educar a sus vástagos de aquel modo. Y, dado su mutismo, nunca podré preguntarles el porqué de ese cambio de papeles y no sabré si achacarlo a la tradición o a la venganza y me llevaré conmigo esa duda a la tumba.

No prestaré, en cualquier caso, atención a este transcurrir del tiempo y despreciaré el cálculo de fechas. Conoceré qué temporada habito según el tipo de materia que las estaciones tengan a bien depositar en mis mejillas. No seré más que el artífice de un viaje, el instrumento por el cual se lleva a cabo. Ni siquiera la excusa, tan sólo la herramienta, el mudo testigo de un desfilar de paisajes que podrán testimoniar a su vez que por fin, entonces sí, habré vivido.


*Un guiño al señor Follana, de Noviembre, a quien la lectura del mismo libro le inspiró de modo parecido pero diferente.