He soñado que ya llegó el momento de que certifique que habito esta esfera irregular y maciza. De viajar muy lejos, hasta la línea del horizonte donde descansa el surtidor del cual brotan las estrellas por la noche, buscando que alguien me selle el ticket de la vida, que me entreguen mi billete.
Sé, porque lo he oído contar a edecanes proscritos de cabellos claros que cruzan los riscos a lomos de sus mastines plateados, que antes debo recorrer muchas y distintas tierras. Parajes que sólo pueden ser factibles para peregrinos de mentes limpias y carentes de expectativas; aquellos que nada esperan y todo les es revelado en recompensa a su tibieza. En cada una de esas tierras de irrealidad latente y frágil recogeré sellos para que mi cartilla de viaje atestigüe que completé tantas etapas del camino como era necesario a fin de apurar mi vida y llegar a tiempo de comprenderlo todo, cómo propuso Kavafis en su Ítaca. Terminar antes sería del todo inútil.
Espero encontrar el lugar idóneo para detenerme y contemplar, como aquel que se asoma por la ventana de un ferrocarril que comienza su marcha, el desfile de montañas rojas en constante crecimiento y lagos tan cristalinos y curvilíneos que su concavidad haga las veces de espejo burlón y descomponedor del cielo. De tal manera que ya nunca más parezca que la luz sigue una línea recta, si no que ella también decide vagabundear, al igual que yo, antes de alcanzar finalmente su destino.
Deberé viajar mucho tiempo. Tanto, que quizá cruce campos dorados de trigo atravesados por hileras infinitas de padres que sostengan a sus hijos sobre su regazo mientras azotan rítmicamente sus traseros desnudos y los chiquillos guardan, con estoicismo, el silencio de los resignados. Quiero tardar mucho, como digo, de manera que a mi regreso pase por los mismos campos y contemple entonces a los niños, ya crecidos, que golpean a sus ahora ancianos padres, los mismos que, tiempo atrás, pretendieron educar a sus vástagos de aquel modo. Y, dado su mutismo, nunca podré preguntarles el porqué de ese cambio de papeles y no sabré si achacarlo a la tradición o a la venganza y me llevaré conmigo esa duda a la tumba.
No prestaré, en cualquier caso, atención a este transcurrir del tiempo y despreciaré el cálculo de fechas. Conoceré qué temporada habito según el tipo de materia que las estaciones tengan a bien depositar en mis mejillas. No seré más que el artífice de un viaje, el instrumento por el cual se lleva a cabo. Ni siquiera la excusa, tan sólo la herramienta, el mudo testigo de un desfilar de paisajes que podrán testimoniar a su vez que por fin, entonces sí, habré vivido.
*Un guiño al señor Follana, de Noviembre, a quien la lectura del mismo libro le inspiró de modo parecido pero diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario