domingo, 13 de abril de 2008


Probé dos puertas más antes de entrar,
lo juro.
Esta era la única que abría.
Puede que no sea, efectivamente,
mi destino;
yo llevaba todo este tiempo refiriéndome al océano,
y estas claraboyas están, sin duda, sobrevaloradas
no así lo estéril de su blanco,
tan quirúrgico y desinfectado.
Esta mañana he despertado, también,
al final de unas escaleras mecánicas
como de una larga catatonia
que venía durando años.
Las subían y bajaban sombras
“Buenos días. Buenas tardes. Buenas noches”
“Bienvenido a la ciudad de los abrigos largos”
Nadie paraba.
Y tampoco era el océano.

Creo que ya pensaba en él antes de abrir los ojos.

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