jueves, 29 de enero de 2009

No recuerdo si fue Octubre nuestro mes
pero sí recuerdo estar perdido en el pasillo
sabiendo que sólo llevabas puesta la puerta de tu dormitorio
mientras me temblaban las piernas
unas trece inundaciones por debajo del nivel del mar
sintiendome como un monigote de un cuadro en proceso
al que le han borrado la cara pasándole el pulgar
como si tú misma te hubieras arrepentido de haberme pintado.
Imagino que debiste creer que te marchitarías esperando
escuchando esos ruidos tan raros al otro lado de la pared
cuando retorcía mis dedos al hacer nudos marineros con ellos.
Creo que nunca fui tan cobarde como entonces
cuando vi tu mano rompiendo el remolino de la corriente
y yo elegí ignorarlo todo, ignorar tu mano, ignorar tu puerta
y taparme con mis dedos reliados la nariz
dejando que el bloque de cemento que me inventé a mis pies
me arrastrase hasta las profundidades de mi decepcionante oceáno.

martes, 20 de enero de 2009

Habitantes de la ciudad/2

El magnetismo indolente de unos jóvenes
que viajan entre las estaciones cariacontecidos
esperando otro dolor, uno distinto;
cualquiera que todavía no conocen, al que no le han puesto nombre
vestidos para no desentonar en los pasillos
deseando secretamente otra vida que la de sus padres.

Los ancianos que me miran desde el retiro de sus bancos
sonriendo con nostalgia al recordar cómo me siento,
cómo se sentían antes ellos.
Las parejas que se aman en silencio entre las calles
dando sentido a los ángulos muertos, a los rincones escondidos
justificando los cines, los parques, los restaurantes

El esqueleto de los edificos más altos, recortados por la niebla.

Terapia de grupo

Podríamos reunirnos hoy mismo. En algún lugar apartado
horas depués de la caída de la noche. O no.
Esa debe ser una de las reglas del club;
reunirse sólo cuando sea necesario. No podemos viciar la iniciativa.
Podríamos vernos tú y yo solos, entregarnos ambos al placer en egoismo
no avisar a nadie más de nuestra idea, enrocarnos como adolescentes
que se quieren pretender originales, liarnos la manta a la cabeza.
Podemos hacer que sea nuestro secreto.
También podemos invitar a algún amigo. No hemos regulado todavía
el derecho de admisión. (Nota a mi: Revisar los estatutos)
Lo que está claro es que el poder es nuestro por completo,
beneficios de crear nuestra propia sociedad secreta;
eliges nombre, ideario, propósito y hasta uniforme.
No puede faltar el santo y seña. Para alejar a los mirones.
De todos modos nadie entendería nuestro caso, nuestro club, nuestro refugio.
No todos sufren la misma enfermedad que padecemos. No muchos.
Afortunadamente para ellos.
El nuestro es un grupo sólo para terminales
para los que de verdad necesitamos de ello. Los que hemos perdido la esperanza,
abandonado el sueño. Nos despertamos de la mentira y ya sólo podemos encontrar placer en esto. El encanto de lo apocalíptico.
Podríamos reunirnos cualquier día, entonces, y dar rienda suelta
a nuestro impulso autodestructivo. Golpear las paredes, destrozar nuestra ropa
entre tirones y arañazos, desgarrar nuestros vestidos.
Tiraremos todo aquello que traigamos tras ponerlo colocado en una mesa,
la destrucción es placentera sólo si conlleva la desintegración de un orden.
Tú y yo no nos pegaremos, eso ya se ha hecho. Esto es diferente.
Gritaremos mucho, como locos. Quiero realmente hacerme daño en los nudillos
en las cuerdas vocales, quiero llorar como un niño
mientras me retuerzo en una esquina, arrugando algo bonito que haya escrito.
Quiero quemar mi ropa, partir por la mitad los libros que he leído
hacerme daño, hacerme daño, hacerme daño...
apretar los dientes, ver como te lastimas. No es morbo, no es enfermedad.
Es sólo rabia. Es lo que hay, es lo que queda. Es en lo que nos hemos convertido.
Me gustaría probar, aunque sólo sea una vez. Una sesión inaugural
de prueba. ¿Qué me dices?
Podríamos llamarlo El Club de los Gritos.

jueves, 8 de enero de 2009

Mala Gente

Al final, se hace duro verlas marchar. Observar como se arrojan en los brazos de alguien más, tras todo ese tiempo. Por alguna razón supongo que creí que serían mías para siempre, aún cuando eso no significara absolutamente nada, porque no quedaba nada ya entre nosotros. Había un cierto placer malvado en saber que seguían ahí por mí, saber de mi poder, intuir que podía recuperarlas, volver a empezar siempre que fuera ese mi deseo. Me hacía sentir bien, me hacía sentir superior. No pretendo que suene mejor que lo que es.
Saber que han superado mi marca, mi influencia, el impacto que, siempre terrible antes o después, causé en ellas es como sentir tambalearse los cimientos de un palacio construido por esclavos, del cual estás siniestramente orgulloso aún cuando asuste reconocerlo. Entender que volverán a besar a otro, entregarse a otro, mirar a otro como si fuera lo único realmente importante sea lo que quiera que sea que haya en el mundo aparte de él, amar a otro hasta ese punto en el que arriesgas tu propia integridad, tu orgullo, tu persona me hace sentir como uno más. No queda mucho hasta que sea un viandante cualquiera, un recuerdo borroso. Un prolegómeno.
Sabía que se irían, no podía pretender contar con su amor para siempre. Todas las adicciones se superan. Simplemente no quería que se rompiera el hechizo. Quería ser el único, el definitivo, el imposible. No debería sorprender a nadie, siempre fui un egoísta y así es como siempre me comporté con cada una de ellas.

viernes, 2 de enero de 2009

Crisálida

Ojalá pudiera atraparte el olor a incienso
que flota en Sevilla al mediodía
cerca de la Iglesia del Salvador.
Llena los pulmones con
el olor de mi infancia,
de las Navidades de verdad.
Semana Santa. Las manos de mis abuelos.
Las de Heriberto llevándome de vuelta a casa.
Sevilla huele cada mañana a incienso.
A frío relativo
y a todo lo demás.
Ojalá lo supieras.

Año nuevo...

Si observas que me pierdo
en la vorágine de decisiones
alcánzame una cuerda, un gancho,
cualquier cosa a la que sujetarme,
un clavo ardiendo,
un témpano de hielo...
Lo que sea.
Si ves que vago en el remolino
y no alcanzo a volver a mi hora,
que me he perdido,
enciende todos los carteles
que encuentres a tu paso.
Aunque sean neones de esos
que anuncian hamburguesas.
Da igual.
Las luces de la ciudad
de cualquier modo
ocultan las estrellas
y hay una bocina invadiendo de rojo
el interior de mi cabeza.
Antes de perderme en la nueva etapa
dame, ¿querrás?
tu mano.
Bien. Agárrame fuerte,
te asciendo a camino de vuelta.