jueves, 8 de enero de 2009

Mala Gente

Al final, se hace duro verlas marchar. Observar como se arrojan en los brazos de alguien más, tras todo ese tiempo. Por alguna razón supongo que creí que serían mías para siempre, aún cuando eso no significara absolutamente nada, porque no quedaba nada ya entre nosotros. Había un cierto placer malvado en saber que seguían ahí por mí, saber de mi poder, intuir que podía recuperarlas, volver a empezar siempre que fuera ese mi deseo. Me hacía sentir bien, me hacía sentir superior. No pretendo que suene mejor que lo que es.
Saber que han superado mi marca, mi influencia, el impacto que, siempre terrible antes o después, causé en ellas es como sentir tambalearse los cimientos de un palacio construido por esclavos, del cual estás siniestramente orgulloso aún cuando asuste reconocerlo. Entender que volverán a besar a otro, entregarse a otro, mirar a otro como si fuera lo único realmente importante sea lo que quiera que sea que haya en el mundo aparte de él, amar a otro hasta ese punto en el que arriesgas tu propia integridad, tu orgullo, tu persona me hace sentir como uno más. No queda mucho hasta que sea un viandante cualquiera, un recuerdo borroso. Un prolegómeno.
Sabía que se irían, no podía pretender contar con su amor para siempre. Todas las adicciones se superan. Simplemente no quería que se rompiera el hechizo. Quería ser el único, el definitivo, el imposible. No debería sorprender a nadie, siempre fui un egoísta y así es como siempre me comporté con cada una de ellas.

No hay comentarios: