sábado, 8 de enero de 2011

P en NY

La música y la rabia están insoportablemente altas
y nadie oye tus gritos
a las cuatro de la madrugada
cuando la soledad burla tus escudos
y el amanecer es una posibilidad pero nunca una certeza,
tan sólo una teoría su socorro.
A esa hora todas las mujeres se te antojan tus rivales
y tú te vuelves enemigo de ti mismo.
Ellas piensan en encontrar un hombre que las satisfaga
pero el morse de sus párpados te transmite
el mensaje de que no eres lo que buscan.
Stop.

Tú piensas en cenas rodeado de sillas vacías,
¿me equivoco?
Piensas: modelos de lencería vestidas con pistolas
rifles de asalto, bombas de racimo
y en cómo debe hacerte sentir el que te quieran.

Tu cuerpo se entristece,
te cruza una nube sobre el pecho y te lo tapa.

Afuera, manadas salvajes de taxis
patrullan rodeando el edificio
al son espeluznante y zurdo de sus claxons
y acechan tu regreso a casa como un ejército de buitres.
Hoy,
como otros días,
amaneció con vocación de víspera de algo
pero antes de acabar la noche alguien cancela el
acontecimiento
y vuelves a dormir solo como sueles
abrazado simplemente a tus anhelos.
Un episodio piloto indigente y sin sentido
por el que ningún productor ejecutivo
otorgaría un programa a tu existencia.

Vives en una promesa eterna de mañanas y
hoy,
como otros días,
puede ser una inauguración fallida más
conforme te susurran los indicios y neones.
Lloran las tijeras
en la mano del alcade de tu cama.

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