lunes, 31 de marzo de 2008

Yo y el resto

A veces soy muleta. Lo que hago es acompañar, cuidar de una persona. Ayudo a pasar un bache, una época dura, soy el que recibe las lágrimas y el que levanta los ánimos. Me vuelvo indispensable y la persona no sabe valerse sin mi apoyo. Es como un ángel de la guarda, pero despojado de virtud. No faltan los reproches.
Otras hago de bufón. No se me da mal, es el problema. Pasa sin que yo me de cuenta ni dé permiso. Divierto bien, entretengo, consigo que el tiempo corra, fácil y ligero; nos reímos. No sucede nada grave. Una mañana me levanto y estoy vestido de payaso. No me gusta y quiero golpear con mis manazas el espejo, hacerlo añicos. Pero sólo me río con una estúpida mueca dibujada en la cara, a colores. Y eso haría llorar a los niños.
A veces soy amante. Me limito a empujar, mecánicamente, con ritmo, con fuerza. Sigo mis instintos como un animal, en mi cabeza sólo se oyen gruñidos y en el momento en que dejo de apretar y vuelvo a ser humano es como si abriera los ojos y estuviera infinitamente solo. Triste y desesperadamente. Soy un trozo de carne indigno arrojado sobre otro trozo de carne.

El resto de las veces es sólo culpa mía. Soy simplemente yo, un imbécil.

domingo, 30 de marzo de 2008

Visita rutinaria

El doctor dejó súbitamente de martillear la mesa con su bolígrafo. Había acabado de examinar el historial de su paciente. Levantando la vista, entonces, tras sus gruesas gafas de montura negra preguntó con amabilidad al hombre que tenía delante de él: “¿Y bien?¿Cómo se encuentra usted últimamente?”. El joven, de cara cansada y un tanto triste, dedicó una mueca tímida a su médico. Carraspeó. “Pues verá usted, doctor: a decir verdad sigo soñando con que todo mejorará algún día”. Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro ya maduro de aquel señor tan serio con bata. Su paciente, un tanto contrariado, esperaba su diagnóstico. “Ah, querido amigo; eso indica que está usted perfectamente sano”
Hoy encontré a Satán en una cueva.

Iba buscando peces de colores

y encontré a Satán.

Encontré culpa y odio.

Encontré oscuridad

y al demonio en cada reflejo del agua.

Las medusas en masa iban

a morir a la playa.

La respuesta de Dios a la nube

y la espuma que Satán trajo a la cueva.

Yo no quería. Dios sacrificó a las medusas.

Pero la culpa es sólo mía.

Satán no estaba en la cueva esperando.

Vino conmigo en mi corazón.

La naturaleza en su creación es pura

si hay mal ahora es porque yo lo traje a ella.

Lo que me dijo Andy Warhol desde un quiosco


Tu orgullo y el mío tienen cada uno

una pistola

y la están usando para matarse bien muertos,

aunque discretamente.

Las apariencias, claro.

Las armas no serían necesarias realmente,

que tu mirada humea más

que los agujeros de bala.

Cuando acabe esta masacre

(que no debe faltar mucho)

no quedará nada, y lo sabes.

Si acaso, añicos.

No valía la pena tanta sangre,

un sufrimiento inútil…

jueves, 27 de marzo de 2008

Algún trueno que otro

traducción más o menos libre de "some loud thunder", de CLAP YOUR HANDS SAY YEAH!


Tanto hablar que crees
que en realidad tengo algo que decir
pero es sólo cháchara sin sentido
como el ruido de una sirena que se oye
y se deja de oir a lo lejos.
Tanto movimiento que crees
que tengo algún sitio adonde ir,
ese ruido de cristales fui yo,si,
en un intento inútil de buscar nuevos sonidos.
De eso te hablo.
Te pierdes entre tanta palabrería y
de vez en cuando
algún trueno que otro;
no siempre lo que se dice significa algo
y nunca te dicen lo que está mal
ni lo que está bien.
Del mismo modo que nadie se hace eco
de los edificios en ruinas
que se derrumban al otro lado de la ciudad
esperando que alguien llegue y los habite con cariño
mientras la ciudad desde el fondo del mar
aprieta los dientes.
Yo estoy intentando hacer algo grande con todo esto
cuando deje de discutir conmigo mismo
o hasta que una bala de cañón tan grande como el océano
caiga del cielo y nos pegue a todos en los dientes.

Focos

Como cuando encienden, de repente, las luces de los túneles de metro y la vida parece que se para. Como cuando, al momento, empieza a girar en contrasentido.
Hay un instante lento en el que todo se vuelve más halógeno. Un extraño te mira y parece que te ha guiñado el ojo, que es tu cómplice por ese instante. De repente ya no importa la parada.
Han encendido las luces.

Dislexia

Si supiera escribir
escribiría su sonrisa.
Si supiera pintar, pintaría su nombre

Memoria

Recuerdo las nubes aquel día. Incluso después de tanto tiempo. Hay cosas que uno no olvida por más que siga caminando.
Recuerdo perfectamente, por ejemplo, la vez que, jugando, me abrí la barbilla al tropezar con la cuna de Gonzalo. También me abrí, esta vez la ceja, en casa. Esto fue contra una esquina del pasillo, gritando y corriendo, buscando a mi madre porque había salido el 7 en el Telecupón. Ese número me gustaba.
Luego se recuerdan otras tonterías que no revisten ninguna importancia en un conjunto de años, pero que marcan tanto un momento que se graban aunque a primera vista no signifiquen gran cosa. Yo recuerdo sueños de cuando era pequeño, recuerdo algunas cosas que, a decir verdad, no podría asegurar que ocurrieron realmente.
Recuerdo romper unos huevos de un nido de pájaros, en el parvulario, y lo mal que me sentí cuando mi padre me dijo que había matado a un pobre animalillo indefenso, aún antes incluso de que pudiera nacer. Eso sí pasó. Recuerdo mentir mucho.
Y esas nubes, esas nubes, no son de las imágenes que uno olvida fácilmente.
La gente se paraba por la calle a observarlas. Tenían miedo y no sabían por qué. Había cierto sentimiento de incomodidad en el aire, traído probablemente por lo oscuro de las nubes. Ocultaban el sol a los ojos, y crecía el frío. Recuerdo el momento justo antes de que crujieran. La definición de la calma tensa que precede a una tormenta. Pero esta tormenta era la primera que cualquiera vimos de ese tipo.
Porque lo que llovió fueron nuestros corazones.
Hechos trizas, empapados en sangre, como un perverso confetti que cae en el el momento álgido, cuando va a acabar la fiesta.
Habían estallado, al fin, todos los corazones.
“Se veía venir” oí mascullar a un hombrecillo de traje gris que sujetaba su sombrero contra su cabeza mientras miraba a lo alto y sus gafas se le llenaban de gotas de sangre y trocitos de corazón. A sus pies, un maletín de piel cara. Gris. Mientras, flotaban en el aire restos de lo que antes fueron órganos humanos.
Nuestros pechos vacíos confirmaban el siniestro acontecimiento. Yo sólo oía llantos.
Hoy, después de todo este tiempo, he vuelto a pensar en ello. Ha sido de casualidad, porque al pasar por el mercado, he escuchado como un anciano empezaba a contarle una historia a un chiquillo sentado en sus rodillas.
Le contaba que el vivió, en la calle, aquel día. El día que estallaron todos los corazones.
El pequeño, que debía tener la edad de la inocencia ha abierto mucho sus limpios ojos, brillantes. A mi me han recordado a almendras. Con una graciosa vocecilla le ha preguntado, muy excitado, al anciano: “Abuelito, abuelito, y ¿qué es un corazón?”
Le había encantado la historia.


Tampoco creo que olvide fácilmente esos ojos. Estoy seguro de que hubieran sido azules.

Escaleras


Es curioso, porque siempre pienso en volar en cierto momento. Al pie de las últimas escaleras mecánicas, y siempre es igual. Estoy allí, queriendo elevarme sobre ellas, justo cuando me doy cuenta de que llevo escuchando la misma música demasiado tiempo en los mismos pasillos.
A veces, si ese día me siento considerado, me paro a pensar si sabría mantener la trayectoria o si, por el contrario, perdería el control al subir a gran velocidad y chocaría contra algún atónito viajero agarrado al pasamanos.
Es entonces cuando realmente casi puedo sentir las puntas de mis pies despegándose del suelo.
Una duda parecida me asalta cuando también quiero volar escaleras arriba hasta el sexto piso. No sé si me golpearía contra la pared debido a su estructura de caracol o quizá contra algún compañero. No sé.
Últimamente pienso a menudo en volar.
Supongo que lo realmente importante es que lo que quiero es romper aire en sentido ascendente y no cortarlo en caída libre.