sábado, 6 de noviembre de 2010

A 4 años vista

En este mundo de afanosa exageración
no sería sorpresivo
que una mañana teñida de humo
dos hombres al saludarse
en educación desmesurada
en vez del sombrero
se quitaran la cabeza.
La perdemos ya tan a menudo...
Parecería normal ese mismo día
que nuestros besos se escurrieran
por las rendijas de la alcantarilla.
Sin hacer ruido,
buscando las razones que les dimos
y perdieron en la costumbre.
La asfixia del día a día
estrangula nuestras cinturas
y nos encadena a las farolas
de las que el reloj tirano,
rugiente dios azteca,
no nos permite alejarnos.
Y en la ribera de la jungla de granito
abandonamos nuestros corazones en consigna
prometiéndoles volver
un día de estos.
(Ese momento nunca llega.)
¡Ah!
Buenos días de nuevo a usted también,
cristal opaco.

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