lunes, 22 de noviembre de 2010

Sueña con su calavera...

La vi poco antes de llegar a la cancela. Jugueteaba con las llaves a punto de abrir la puerta cuando la vi bajarse de su coche. Había aparcado enfrente, cruzando el paso de cebra. Era muy guapa. Rubia, alta, se movía de manera suave y confiada. Llevaba un bolso que también podía ser una mochila. Es decir, parecía una estudiante. Supuse que tendría más o menos mi edad y eso me extrañó. Llevo viviendo toda la vida aquí, cuándo yo llegué todo lo que había más allá de mi casa era un descampado. En todo este tiempo no había visto una chica tan guapa merodeando por aquí y, por alguna razón, me dió la impresión de que debía vivir cerca. Por su actitud, parecía como si llevara a cabo un rutina. Aparcar, bajar del coche, abrir la puerta del copiloto para recoger sus cosas.
Yo entré en mi urbanización, saludé al portero y fui a cerrar la puerta.
"Espera", dijo ella, y se acercó trotando a la puerta con un sonrisa un tanto azorada, por hacerme aguantar la puerta.
Entró conmigo y saludó al portero. Él le devolvió el saludo como si fuera un vecina más.
No puede ser, pensé. No vive aquí, conozco a todo el mundo aquí. Aquí no hay chicas guapas. No tenía idea de que hubiera habido mudanzas y menos de que hubiera llegado a la comunidad una familia con una hija de más o menos mi edad. ¿Sería posible?
Me la quede mirando extrañado y, no supiendo hacer nada mejor, continué mi camino hacia mi portal. Al fondo, a la derecha. Era el más alejado de todos.
Según me acercaba me di cuenta que me seguía. O no, pero que en cualquier caso se dirigía a mi portal.
Esto sí que no puede ser, seguía pensando yo. No puede haberse mudado a mi portal. Lo sabría, eso sí tendría que saberlo. Mi madre me lo hubiera comentado, yo tendría que haber oído algo.
Sin embargo, ¿de qué me quejaba? Llevaba toda la vida esperando algo así, una vecina interesante. Y vaya si lo era. O lo parecía.
Subí al ascensor, ya de mucho mejor humor, y ella subió detrás de mí.
"¿A qué piso vas?", pregunté.
"Al mismo que tú", contestó y sonrió, pícara.
Vaya, pensé. No sé por qué no me gusto aquello. Es otro problema que tengo, supongo que fruto de alguna inseguridad. Tiendo a pensar que una mujer atractiva que se interesa por mí está jugando conmigo de algún modo.
Le di una oportunidad: "¿Estás segura?".
"A- há".
"Muy bien", dije yo, y me encogí de hombros. Ella se lo había buscado.
Metí la llave del garaje en la cerradura y giré. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa. Supongo que esa chica sonreía mucho.
En cuánto empezamos a bajar ella notó que algo iba mal. Primero, porque el ascensor iba bastante rápido. Luego probablemente le alarmó que los cuatro pisos del sótano se sucedieran de manera vertiginosa. Y el golpe, claro. Cuando traspasamos el hormigón armado y el cemento armado y todo el metal armado de los cimientos y seguimos precipitándonos abajo, y abajo y más y más profundo en el interior de la tierra, atravesando conductos de agua, de gas, cables telefónicos.
Empezaba a hacer bastante calor y ella comenzó a gritar, a chillar más bien. Me miraba con la cara desencajada y los ojos envenenados de miedo. Yo me encogí de hombros de nuevo.
Supongo que, al final, no íbamos al mismo piso.

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