Estaba en un parque a donde va a beber la gente los viernes por la noche, los sábados por la noche, en vísperas de festivo. Esperaba a mis amigos y, yendo a buscar tabaco, crucé algunos grupos- no muchos- de chavales con botellas y otra cosa más que me llamó mucho la atención: una pareja besándose. Un chico y una chica, ambos más o menos de mi edad, ambos atractivos, apoyados sobre un coche besándose un sábado por la noche. Sólo besándose.
Me pareció raro el lugar- el parque, sábado noche, rodeados de gente que se emborracha y monta alboroto- y el hecho.
Porque solamente se besaban, concentrándose en el contacto de sus labios y nada más. Él se apoyaba en sus caderas y las manos de ella reposaban en el cuello de él, y nada más. Besos largos, con tiempo para cambiar el ángulo de incidencia, el lado hacia el que se inclinaban sus cabezas, la zona exacta de contacto. Besos sin prisas, ni límites de tiempo ni agendas ocultas.
Yo hace mucho que no me paro a besar. Si lo hago es por sexualizar una situación. Un acto que me brinda la excusa para poder revelar zonas con mi mano que no me dejarían si por otro lado no estuviera besando.
Una coartada.
Un trámite pre- coital.
Una convención social.
No lo hago por placer, como ellos. No por ese tipo de placer, al menos. No lo hago por disfrutar de la compañía de alguien, por acercar su olor y su piel mientras reina la calma.
De hecho, si no tuviera que besar porque es lo que manda la tradición, no lo haría. No con la mujeres a las que beso ultimamente.
Concentraría mi boca en actividades más interesantes, en otras regiones más... exóticas.
Me pareció raro el lugar- el parque, sábado noche, rodeados de gente que se emborracha y monta alboroto- y el hecho.
Porque solamente se besaban, concentrándose en el contacto de sus labios y nada más. Él se apoyaba en sus caderas y las manos de ella reposaban en el cuello de él, y nada más. Besos largos, con tiempo para cambiar el ángulo de incidencia, el lado hacia el que se inclinaban sus cabezas, la zona exacta de contacto. Besos sin prisas, ni límites de tiempo ni agendas ocultas.
Yo hace mucho que no me paro a besar. Si lo hago es por sexualizar una situación. Un acto que me brinda la excusa para poder revelar zonas con mi mano que no me dejarían si por otro lado no estuviera besando.
Una coartada.
Un trámite pre- coital.
Una convención social.
No lo hago por placer, como ellos. No por ese tipo de placer, al menos. No lo hago por disfrutar de la compañía de alguien, por acercar su olor y su piel mientras reina la calma.
De hecho, si no tuviera que besar porque es lo que manda la tradición, no lo haría. No con la mujeres a las que beso ultimamente.
Concentraría mi boca en actividades más interesantes, en otras regiones más... exóticas.
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