viernes, 4 de marzo de 2011

La generación de la que no soy parte

Me llamarán borracho, me llamarán hijo de la droga.
Pero la verdad es que me sientan mal los porros y no bebo tanto como se podría pensar o como mis amigos.
Suele llegar un punto de la noche en el cual me falta el valor o el dinero.
Prometo mejorar. Beber más, por lo menos.
Me dicen que escribo bien y yo lo agradezco y sonrío.
Lo hago de manera sincera, porque me siento halagado, al menos durante unos segundos.
Pero, por dentro, donde nadie puede verlo, en mi territorio secreto, debajo de la cama donde me tumbo a oscuras junto a mis montruos de siempre, lloro.
Lloro porque ahí no tengo necesidad de mentirme ni mentirlos. Ni la capacidad, no sé cómo hacerlo.
Conozco gente ahí fuera- de palabra casual y de vista, de hola y adiós, con los que hablo del tiempo mientras el ascensor sube del 0 al 5, algunos de oídas o por alusiones- que están haciendo más que yo y lo están haciendo mejor. Que están viviendo la vida que yo le pedí a Papá Noel cuando cumplí 15 años.
Alguno de ellos es más joven que yo, aunque eso no importe- que sí importa-.
Lloro porque sé la verdad, que va de la mano conmigo y que se acuesta y se levanta a mi lado y no encuentro razón que me convezca de ignorarla, olvidarla, maquillarla, fingir, rechazarla, negarla...
Escribo lo suficientemente bien para saber que no es suficiente.

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