Te faltaré al respeto desde la distancia. Al confortable amparo de las sombras que se proyectan en mi cuarto cuando me siento a oscuras frente al portátil. Prescindiré de fórmulas sociales, de tratamientos deferentes, sólo porque no tengo obligación de encontrarte frente a frente. Seré cobarde con la excusa de no tener la oportunidad de ser valiente. No levantaré la mano para significarme, al contrario, me las frotaré debajo de la mesa, donde no hay testigos. Hablaremos de cachorrillos inocentes por el chat de alguna red social, fingiré que me interesa de alguna manera cualquier cosa que te guste, tus hobbies tontos, aunque no sea cierto. Me ganaré tu confianza, preguntaré cuáles son tus prácticas sexuales preferentes, hasta donde has llegado con un tío
Con el tiempo, acabaré haciéndome una foto semidesnudo en el espejo del cuarto de baño y te la enviaré. El mensaje irá acompañado de un “xD” para fingir que es una broma y así rebajar un poco la tensión. Al pulsar la x y la d y la tecla de mayúsculas estaré acuchillando tres veces cualquier resto de dignidad que atesorara y alguien borrará mi nombre de la lista de admisión del Cielo. Esta noche que durará toda la eternidad, me quedaré fuera del garito. San Pedro fingirá que Dios se lo ordena por un pinganillo desde la zona VIP.
Automáticamente podremos decir que somos novios y a ti ya no te resultará tan raro quitarte la ropa para mí con la webcam encendida porque ya compartiremos una intimidad creada a base de emoticonos que pretendan resumir nuestras emociones.
Les hablarás de mí a tus padres, a tus amigas. Todos te recomendarán que te andes con cuidado, recelarán, se ven muchas cosas preocupantes últimamente en las noticias.
Internet, ese milagro, nos permitirá habitar en la ilusión de que nuestra existencia es un poco menos vacía y creeremos conocernos. Compartiremos inagotables horas expresándonos por medio de un teclado. Casi todo lo que nos digamos estará en más o menos relacionado con el sexo.
Nunca quedaré contigo, ni siquiera oiré el timbre de tu voz al otro lado del teléfono. No tengo intención de pasear contigo por ninguna parte, no quiero que me aburras con tus miedos e ilusiones, tus cosas de niña, de chica, de mujer, de anciana.
Sin embargo, estoy preparado para intentar enamorarme de los pixels que te representan en pantalla. O por lo menos pretenderlo.
Con el tiempo, acabaré haciéndome una foto semidesnudo en el espejo del cuarto de baño y te la enviaré. El mensaje irá acompañado de un “xD” para fingir que es una broma y así rebajar un poco la tensión. Al pulsar la x y la d y la tecla de mayúsculas estaré acuchillando tres veces cualquier resto de dignidad que atesorara y alguien borrará mi nombre de la lista de admisión del Cielo. Esta noche que durará toda la eternidad, me quedaré fuera del garito. San Pedro fingirá que Dios se lo ordena por un pinganillo desde la zona VIP.
Automáticamente podremos decir que somos novios y a ti ya no te resultará tan raro quitarte la ropa para mí con la webcam encendida porque ya compartiremos una intimidad creada a base de emoticonos que pretendan resumir nuestras emociones.
Les hablarás de mí a tus padres, a tus amigas. Todos te recomendarán que te andes con cuidado, recelarán, se ven muchas cosas preocupantes últimamente en las noticias.
Internet, ese milagro, nos permitirá habitar en la ilusión de que nuestra existencia es un poco menos vacía y creeremos conocernos. Compartiremos inagotables horas expresándonos por medio de un teclado. Casi todo lo que nos digamos estará en más o menos relacionado con el sexo.
Nunca quedaré contigo, ni siquiera oiré el timbre de tu voz al otro lado del teléfono. No tengo intención de pasear contigo por ninguna parte, no quiero que me aburras con tus miedos e ilusiones, tus cosas de niña, de chica, de mujer, de anciana.
Sin embargo, estoy preparado para intentar enamorarme de los pixels que te representan en pantalla. O por lo menos pretenderlo.
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