lunes, 28 de diciembre de 2009

Esto es un atraco, nena

De vez en cuando hay que robar, para poder estar un tiempo sin volver a hacerlo
Eso dijo la muy cabrona, casi riendo. Yo casi me rio también, porque la verdad es que lo dijo con gracia y sabía cómo sacar partido de su media sonrisa. Es más, por un momento casi me olvido de que al que estaba robando era a mí y me arranco a aplaudir.
Ella quiso que pareciera casi un accidente. Al fin y al cabo, me había tomado cierto cariño. Eso les pasa a veces a las mujeres, que me toman cariño. Uno de esos aprecios sexualmente inofensivos que se suele sentir por cachorritos tullidos de grandes ojos de almendra o niños tristemente enfermos. La idea era casi como si al coger las llaves de encima de la mesa para meterselas en el bolsillo hubiera también cogido por error una esquina de mi corazón. Y, claro, al salir de casa, cerrar la puerta, meterse en el ascensor y bajar los 5 pisos todo ello con un trocito de él enganchado en el bolsillo, causó-sin querer, ¡sin querer!-un desgarro masivo que me lo partió en dos y posibilitó ese desangramiento salvaje que me dejó retorciéndome en el suelo de la cocina.
Eso es más o menos la imagen que ella quería transmitirme ahora. Todo fue un error, un lamentable-aunque ciertamente curiosos, ¿a que sí?, casi cómico-e inocente error. Y seguía sonriendo. Ahora me rio por lo bajo al recordarlo, qué buena era. Y qué sonrisa. No me extraña que me engañara, era complicado resistirse a ella. Joder, qué mujer, ¿lo he dicho ya?
Bueno, el caso es que ella seguía sonriendo y yo seguía dándole vueltas a la frase. Pensando hacia atrás, que es algo así como rebobinar sentimientos, recordé que ya desde los primeros días tenía esa extraña sensación-en inglés dicen funny, que mola mucho más-de que algo no iba bien. Como si en el fondo supiera que yo sólo era una relación de rebote o despecho-en inglés rebound-. Confié demasiado en mi inexistente poder sobre las mujeres para darle la vuelta a eso y poner a mi favor. Y dejé que me utilizara hasta que apareciera algo mejor, hasta que olvidara al otro o hasta que el otro volviera. Pensabaque quizá mi suerte cambiaría mañana, y me fui enredando en una madeja que no era la mía mientras me peleaba con ella y conmigo mismo. Y ella me iba robando poco a poco lo poco que tenía, mientras yo creía erroneamente que podríamos parar cuando yo quisiera. Lo intenté un par de veces y no tuve fuerzas. Y yo seguía vaciándome y ella seguía vaciándome. Alimentándose de mí.
Entonces, una fría mañana de Diciembre su socio salió al fin de la cárcel y yo ya no fui necesario nunca más. De todas formas ya no quedaba nada dentro de mí que ella pudiera arrebatarme para seguir tirando. Si acaso algo de furia, un poco de frustración y mucho eco.
Y la ví marchar, la vi huir hacia él, hacia otro cataclismo más o menos inminente. Todavía hoy no sé si de verdad está enamorada de él o es que es adicta al dolor que él le provoca. Casi siento lástima por ella. He dicho casi.
Fue cuando corrí tras ella para detenerla-yo creía que, pese a todo, aún podía salvarla y salvarme yo con ella-cuando en sus ojos vi una carcajada incrédula no exenta de cierta simpatía al sacar ella la pistola y contarme aquella teoría de la línea temporal de robos. Luego se encogió de hombros y se marchó con él. Su última mirada parecía querer decirme que me iba a echar de menos y todo. Y me dejó allí tirado, sin nada que llevarme conmigo de vuelta a casa, sin ni siquiera unas monedas para poder gastarlas en un bar brindando por quién creí que era ella.
Aún hoy la echo de menos, aún hoy me duele que las cosas no salieran como había planeado. Desde esta frontera en la que ahora paso los días mirando al infinito, esperando verla aparecer por el desierto arrastrando una maleta. Sé que ella podría humanizar este bar de carretera. Más que el juego que utilizó para aprovecharse de mí me duele que no esté aquí para abrazarme. Como si lo hubiera estado alguna vez, de todos modos...
Debo parecer un completo idiota, ¿verdad? Así me siento. Qué le vamos a hacer, conmigo fue una completa hija de puta, pero la chica tenía su encanto.

domingo, 22 de noviembre de 2009

¿Tú eres lo nuevo? Pregunto...

Dime qué es lo que quieres saber de mí
y qué no
para que me pueda inventar rápidamente lo que sí
y olvide el resto
porque tengo la antorcha escindiéndose en mi mano
lámiendose las llamas
deseándo quemar puentes viejos.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Te llaman por tu nombre pero
tu nombre no es más que una etiqueta.
Nadie te llama como en verdad te llamas
dentro de tí, donde nadie ve ni nadie sabe
donde eres tú en toda tu crudeza y no requieres
disfraces ni concesiones
ni de disculpas por enarbolar una bandera.
No pueden llamarte por el escalofrío
que recorre tu espalda cada vez que tus pies
entran en contacto con la acera.
Ni conocen de esas variables
que nunca ven la luz pero que tú contemplas
cada vez que empiezas a esgrimir un buenos días
y ves nacer en otros labios la respuesta.
Tampoco te definen esas normas de etiqueta
y pocos tienen poco más para juzgarte
si cada encuentro es un reflejo de una iniciativa
que se ve diluida al filtrarse entre las viejas reglas
y el espectáculo de un baile de aprobaciones.
Pero eres un ser humano
y vives en la función del veintiuno .
Eso significa que nadie te conoce más allá de tus facciones.
Tu soledad abarca todo aquello
que queda fuera del alcance de las convenciones.

lunes, 24 de agosto de 2009

Tu boca en la mía
no es mal negocio,
así que puedes hacer lo que quieras conmigo
siempre que limpies al final
si te vas
y dejes todo lo que había en mi vida
simplemente en su sitio.

lunes, 10 de agosto de 2009

Niña mala

Puedo hacertelo ver, si es lo que deseas
puedo mostrartelo todo, todos los secretos.
Enseñarte la mano que se esconde detrás de la cortina
la encontrarás familiar, sosteniendo el boli.
¿Puedo hacertelo ver?
Tú sólo dime que anhelas a cambio de tu firma.
Véndeme tu alma y lo tendrás todo
no pienso negarte nada.
Te revelaré todos los misterios, descubriré las trampas
¿crees realmente que alguna vez estuvimos en la Luna?
Te invitaré a un concierto del Rey, actúa para mí
todas las noches desde hace décadas.
No te asustes si reconoces a Walt Disney
sentado con un alienígena tomándose una copa.
Te ofrezco arrasar poblados enteros, inundar valles
derribar montañas, retumbar los cimientos de la Tierra.
Siempre que sea eso lo que quieres.
Elige a dedo, por todas las calles del mundo, ciudadanos
que desees que caigan fulminados entre terribles dolores
señalame a tu político favorito y aparecerá travestido
en el primer boletín de noticias de mañana.
Iremos a visitar a tu viejo profesor de matemáticas
le dibujaremos de ceros todo el cuerpo
violaremos a ese matón del patio que quiso propasarse
le disfrazaremos de piñata y le daremos palos hasta que reviente.
Nena, cariño, no paro de pensar en ello, estás hecha para mi
estás fabricada para esto, me lo ha dicho el Destino.
Ese fuego malévolo en tus ojos, retorcido.
Vamos, hazlo, firma. Llevo esperándote más de una vida,
necesito una Reina con la que gobernar este infierno.

domingo, 9 de agosto de 2009

No levantas los ojos del suelo, y puedo adivinar por tu perfil que, en cualquier caso, los tienes cerrados. También puedo entrever una sonrisa, que intentas controlar apretando suavemente los labios. Tienes el brazo derecho flexionado, sujetando una copa, y el izquierdo esta levantado, erguido y estirado, tu biceps rozándote las sienes, la mano entrecerrada. Tu brazo izquierdo marca el lugar y le sigue camino del suelo tu vestido negro ajustado. No sé si escuchas la música, sólo existes para tu baile y no has cambiado tus movimientos para hacerlos acordes a la canción. Así que la música ha decidido tomar cartas en el asunto y ahora se acomoda a tus suaves movimientos. Levemente mueves tu muñeca izquierda marcando un lento compás,mientras trazas una suerte de círculo en la pista de baile. Si no te llevara viendo todas las noches desde hace mas de 4 años juraría que eres una visión. Los cabellos de tu larga melena rubia se mecen tranquilamente siguiéndote, todos a la vez, sin descomponerse, como si, al igual que la música, hubieran hecho un pacto con tu particular armonía. Eso o que nada en ti está pensado para desentonar. No te he visto nunca la cara, no sé si te la veré esta noche. Tampoco me importa, mientras pueda seguir contemplandote al bailar. La gente no se acerca mucho, los demás bailarines, las parejas, te ceden un espacio para ti, a pesar de que el local está atestado esta noche, como todas las noches. Poco a poco se alejan más y más, y al poco tiempo van desaparaciendo, como una niebla. No sé si realmente es así o es como quiere verlo mi cabeza, pero otra vez sólo estás tú, como cuando cierro los ojos por la noche. Espero que aún quede tiempo para que amanezca, si no te importa, voy a quedarme aquí observándote, aunque se hayan ido todos y la música se apague.

viernes, 17 de julio de 2009

Take it easy

Parece casi como si hubiera nacido de un enchufe
con una velocidad implícitamente acelerada
y me propague con la misma rapidez que su corriente.
Mis partículas viajan a la velocidad de la luz
y todo lo que me rodea se convierte
automáticamente en manchas y borrones de colores.
Yo no quiero ir tan rápido pero no sé como pararlo
mis lágrimas de rabia se evaporan antes de mojar mis párpados
ni siquiera tienen tiempo de formular su mensaje de socorro.
La vida se acelera alrededor y mis dedos no aciertan a atraparla
quema su fricción y se escurre entre ellos
y mientras yo me desintegro a esta velocidad, fundiémdome en mi estela.
Que alguien lo pare, por favor, que alguien me pare.
Nadie preguntó nunca si yo quería ser corriente eléctrica,
ahora, mirando atrás, donde se difumina lo que queda de mí
entre todas esas cosas que no tienen tiempo de tomar forma
sé que habría elegido ser agua de regadío
si alguna vez hubiera tenido la oportunidad.
Pero ahora todo acabará antes de que pueda siquiera darme cuenta
no quedará nada, no me queda tiempo.
Ni siquiera el mismo final está preparado para mi velocidad,
llego demasiado rápido, demasiado pronto.

sábado, 27 de junio de 2009

Puede que nuestra memoria abarque más que la de los peces, pero la diferecia entre una buena noche y una mala la marcan los minutos finales.

lunes, 8 de junio de 2009

Puedes ser lo que tú quieras

Llegando a la altura de la puerta de El Corte Inglés más cercana a la universidad, la que es separada de un Massimo Dutti por una especie de semi-callejón que apesta a pescado, justo pasando por el buzón verde situado al lado del semáforo del paso de peatones le vi acercarse. Les vi acercarse más bien, aunque indudablemente me fijara primero en él. Deformaciones sociales imagino, los lisiados, los vagabundos, los enfermos de todo tipo, los desfavorecidos en fin, son como bengalas rojas derramando chispas entre un montón de blanca nieve. Un neón incombustible. Siempre llaman nuestra atención por encima de cualquier otro elemento del paisaje. Venían los dos acercándose en dirección opuesta a la mía, avanzando en paralelo al escaparate que, por otro lado, ignoraban completamente. Eran un hombre y una mujer. El hombre era un anciano, de unos sesenta años (¿cuenta eso hoy todavía como anciano?) y tenía aspecto descuidado. Pelo blanco, cortado a ras de sien, pegado a la cabeza. Plateado, un gris limpio que, no sé por qué, encuentro favorecedor. Quizá porque implica que su portador ha vencido definitivamente y para siempre a la calvicie (Las canas jamás se caen, pelo que se vuelve canoso, pelo que aguanta hasta el último día). Tenía una barba de cuatro o cinco días, pelos cortos pero puntiagudos que le recorrían sobre todo la barbilla y brillaban al sol. Tenía cara de malas pulgas, quizá por el hecho de que iba en silla de ruedas, y además ésta no parecía de las cómodas. LLevaba un chándal negro de ese tejido brillante que utilizan los chándales de cremallera (¿Nylon?) y llevaba calcetines blancos con zapatos negros. Los calcetines blancos y demás deslices suelen también llamar poderosamente mi atención. Zapatos feos, corbatas anudadas sin ningún cuidado. Ese era él, un tullido que había visto sin duda días mejores, y no me refiero sólo a los tiempos en los que no necesitaba de ese engendro mecánico motorizado para ir de A hasta B. Iba recostado sobre el lado derecho, como caído, con los pies también juntos y ladeados, más cerca de un extremo de la silla que del otro. El derecho, creo que era, sí. Parecía como un guiñapo que habían colocado indolentemente, sin que a él mismo le importara lo descuidado de su situación, ni fuera consciente de la triste impresión que causaba su figura. Con él iba una mujer que bien podía ser su mujer, su hija, o una cuidadora sudamericana. No lo sé, porque no me fijé más que en él, como ya he dicho. Eso sí, no era de bonita figura y llevaba una camiseta azul y pantalones, esta vez de algodón, grises. Supongo que eso descarta la opción de la amante esposa, ahora que lo pienso. El caso es que venía de frente hacia mí, con cara de pocos amigos, sin intención de apartarse, cerrándome cada vez más el paso a medida que yo sorteaba el monstruoso buzón. El muy desgraciado (eso pensé en ese momento de él, no es bonito, no está bien, pero parecía querer empalarme por alguna ofensa imaginaria, quizá el hecho de que yo conservara fluidez de movimientos y no me hubiera apartado lo suficiente) comenzó a girar su silla nada más llegar a su extremo cercano de buzón, justo cuando yo alcanzaba el mío, para situarse de frente al paso de cebra, lo que me obligó a casi saltar por su lado, dando una zancada decidida pero apresurada, sin saber bien dónde pondría el pie ni cómo, ante la posibilidad de verme atrapado entre su avance decidido al borde de la calzada y el buzón que marcaba el límite de mi huída.
Y fue ahí, en ese justo momento, nada más aterrizar al otro lado y empezar a mentar a su madre imaginariamente, cuando aquel hombre que yo estaba empezando a detestar por su intento de atropello (vale, puede que tuviera que haberme apartado antes y mejor), situado ya a su espalda pero lo suficientemente cerca cómo para oir su voz, un gruñido gutural quedo y contenido, cuando lo dijo.
Dijo: Joder, cómo echo de menos mear de pie.
Ahí estaba yo, quejándome interiormente porque ese hombre me había atacado imperceptiblemente, recordando sus ojos y la media sonrisa torcida que se permitió sólo cuando vio mi difcultad para esquivarle. "Jódete". Y ahí estaba él, un inválido con pinta de vagabundo, con la mirada perdida y de vuelta de todo (de sabe Dios cuánto y dónde), que no parecía tener ninguna prisa por llegar a cual fuera el lugar al que se dirigía y que, probablemente, estaba harto de su vida, echando de menos mear de pie.
De entre todas las cosas del mundo que ese hombre podría hacer si no le fallaran las piernas, si no estuviera limitado a la tiranía de una silla de ruedas incómoda y pintada de un feo verde estilo barandilla andaluza-comunidad de vecinas abuelas, y él pensando en lo feliz que le haría mear de pie, sin tener que hacer ese molesto traslado de su silla a la taza del váter de minusválidos, que parece preparada para entrenar barra fija mientras dejas que la naturaleza siga su curso y limpie tu organismo, tan aparatosa y poco estética. O quizá no era por la incomodidad, sino sólo por el aspecto masculino de estar ahí de pie, frente a la taza, probablemente sin haberte molestado en subir la tapa intermedia previamente, sujetándola y apuntando al centro pero sabiendo que, en el juego de azar que es mear de pie, el apuntar a veces no es garantía de nada. No sé.
Pero el caso es que eso era lo que él quería. No quería pasear por el parque. No quería jugar con un hipotético nieto o vecino o chiquillo familiar de algún conocido. No quería cruzar el paso de peatones con la cabeza un metro por encima del radiador de los coches. No quería nada de eso. Ni siquiera correr la San Silvestre cómo tantos valientes y arrojados ancianos que, por otro lado, llegaron mucho más lejos que yo aquella vez que me propuse correrla y tuve que retirarme avergonzado y desfallecido. De entre todas las maravillas que le ofrece el mundo a todo ser en plenas facultades móviles, él extrañaba ese pequeño placer cotidiano. Nada grandilocuente, nada especial. Algo ordinario ("Adj. Común, habitual, frecuente" no "Adj. De mal gusto, poco refinado", que también) corriente, insignificante. Una acción que millones de hombres realizan a diario, más de una y de dos veces, y que resulta la mayoría de ellas tediosa y molesta. Un incordio, una pérdida de tiempo. Pero, por otro lado, un pequeño placer que la vida nos ofrece cada día. Por lo menos para aquel anciano malhumorado.
No pude evitar dejar escapar una carcajada tras escuchar aquella perla de sabiduría, a la vez que me recorría un latigazo de amargura y pena la espina dorsal, por la tristeza implícita en ese anhelo de algo tan, a primera vista, nimio. Lo que me enseñó ese hombre, lo que me recordó, es que la vida está llena de pequeños momentos insignificantes, pequeños, que le dan sentido, que le dan forma, que la hacen lo que es. Mientras no nos vemos privados de ellos no los apreciamos, los damos por sentados. Así de insolentes somos. Buscamos grandes acontecimientos, que dejamos que den respuesta a esa pregunta que nos hacemos en la soledad de nuestra conciencia, "¿Soy feliz?". Queremos siempre más, algo más vistoso, más voluminoso. Algo espectacular. Pum. Flash. Ooooh. Queremos lo que nos enseñan en las películas, en los anuncios, en las revistas de decoración. Queremos ese coche, esa chica, esa cazadora, ese trabajo, ese montón de atractivos billetes. Si no la respuesta es no. No, no soy feliz.
Y mientras, en algunas esquinas sueltas del mundo, aparece algún emisario de dudoso aspecto, de expresión adusta y, a veces, no muy buenas intenciones que, sin ser consciente de ello, nos recuerda que la vida está repleta de pequeños gestos, pequeñas costumbres, pequeños detalles todos ellos de belleza sublime que merecen que nos tomemos una pausa y demos gracias por ellos con los ojos cerrados y una sonrisa. Dejándonos invadir por la inesperada y menospreciada transcendencia del momento.
Joder, cómo echo de menos mear de pie.
Creo que me acordaré de ese viejo cada vez que mee de pie a partir de hoy. Quizá termine olvidando su aspecto, su chándal, su sonrisa malévola o el color de ese buzón, pero no olvidaré su mensaje. Y disfrutaré con ello cada vez.
Con las dos cosas.

miércoles, 3 de junio de 2009

Has tenido que perder mucho en muchos rincones oscuros
para tener tan rota la sonrisa
para que esos ojos digan que has visto
el fin y el principio de las cosas.
Dime, ¿llevas el lamento implícito en la herida?
¿A qué huele tu olor cuando olvidas
sólo por un momento
todo ese dolor, todo ese sufrimiento
y vuelves a ser por un momento una niña?
Pero no es fácil no recordar ¿verdad?
Ni siquiera unas olas gigantes podrían borrarte la memoria
podrían callar los gritos en la noche
que tu cabeza recrea
porque después de tanto tiempo
no se hace al silencio de la madrugada
no se cree no seguir en el infierno.
Encuentra complicado perdonar a tu especie.
Tú has oído como rugen los leones al comienzo
mientras los bebés lloran desconsolados
sus cuerpecitos empapados de un miedo irracional
a nacer
mientras las figuras negras les escoltan desde el limbo
y tú intentas susurrarles que todo pasará
aunque a ti te duela cada nervio de cada músculo
cada gota de sangre en tus venas.
Aunque sepas que no es cierto, aunque mientas.
Pero no te oyen, y tú lloras con ellos.
¿Por qué sigues vagando por esos callejones?
Nadie nació nunca para sufrir tu calvario
pero no es tu estigma, ni tu cruz, no es tu destino.
Ni tu condena.
A ti, que se te ha quedado pequeña
esta mezquina porción de tierra, después de todo
sólo te espera la luz, el blanco cálido tras cerrar los ojos
y luego el cielo. El cielo. El cielo...El cielo.

lunes, 1 de junio de 2009

Hay gente que vive su vida por una razón muy concreta, o varias, que le dan sentido.
Yo vivo esperando encontrar mi propósito y, mientras tanto, vivo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Una canción del pasado

Hay un viejo borracho sentado en el último de los taburetes que conforman esa línea de banquetas que marca la frontera entre el mundo real y el mundo de los abandonados. Está bebiendo una suerte de whisky malo, de un marrón más oscuro de lo que marcan los cánones, como todos los dias. No es dificil imaginar, al entrar por la puerta del tugurio que bien podría llamar hogar, que lo siguiente que se verá será su indolente figura, recortada tras una nube de tabaco barato que es la verdadera dueña del local. Dicen que nunca se quita esas gafas de sol, de cristales oscuros, de esquiar. No se las quita ni siquiera para beber en el bar, dónde la oscuridad, la penumbra y la sombra son ya de por sí casi asfixianes. Tanto las reales como las que traen los perdedores que van allí a beber mal por pocas monedas. Él, desde luego, lleva tanto tiempo bebiendo por rutina, tanto tanto tiempo que casi no recuerda el no hacerlo, que hace mucho que dejó de exigirle calidad a si bebida tanto como le exige grados de atenuación del dolor. Con 45 o más se siente más que satisfecho. Al whisky, como a la vida misma, ha aprendido a no pedirle más de lo estrictamente necesario. Sus gafas distorsionan su realidad; a decir verdad lo ve todo no oscuro, si no amarillo, amarillo ocre. Todo excepto algunos colores, algunas luces brillantes. Los semáforos en verde, por ejemplo, se le aparecen a él como un cierto azul débil y moribundo. A quién demonios le importan ya los colores, de todos modos. Porque a él desde luego no.
Hace mucho que ta no le importan demasiadas cosas. No está allí bebiendo para olvidar, eso ya no. Hace tiempo otro bebedor más experto que él le hizo entender que el alcohol nunca conseguirá hacerte olvidar, pero sí puede adormecerte, suprimir ciertas funciones de tu cerebro para que no puedas pensar con claridad, para que no puedas sentir con propiedad. Para que tus recuerdos no te hagan sufrir, si tienen que quedarse. Bendito alcohol. Bobby no quiere olvidar, sabe que no puede, y olvidar la razón por la cual es fiel a su taburete tanto más de lo que lo fue antes a cualquier ser humano, sería negarse a sí mismo, a quien es ahora. No, él honra su desgracia, santifica su desgracia, celebra su desgracia hundiéndose cada día en esa niebla de nicotina y bebiendo hora tras hora, con la mirada perdida, contemplando el reflejo en un espejo de un hombre en tonos amarillos que no le devuelve la cortesía del saludo. Es lo menos que puede hacer, lo sabe en conciencia. No importa que no haya nada nunca en el fondo de la botella, ninguna sonrisa, ningún consuelo. Tan sólo la promesa de otra botella más. Pero eso es, a estas alturas, mucho más de lo que podría pensarse que merece.

miércoles, 20 de mayo de 2009

sábado, 9 de mayo de 2009

El regreso de las velas

La electricidad se está fugando
deserta, abandona nuestro hogar
escapa radialmente en dirección a las afueras
miles de millones de pequeñas estrellas que se llevan nuestra luz.
Nos deja a tientas en la oscuridad
oyendo los lamentos del cobre ahora vacío y frío
desnudo, sin sentido ni justificación.
Rodeados de una vasta negrura que lo envuelve todo
que lo ha engullido todo, hasta nuestra voz.
Nos deja a solas con nosotros.
Y yo voy a tocarte todo el tiempo que dure
esta noche impuesta
voy a palpar tus rasgos, acariciar tu boca,
voy a recorrer tus clavículas con las yemas de mis dedos
tus hombros
voy a encontrar tu ombligo, oler tu piel.
Quiero hacer trabajar a mis sentidos,
es la oportunidad de reconocernos
de volver a conocernos. Como la primera vez.
No hacen falta nombres, adjetivos, direcciones
sólo necesitamos nuestras manos, nuestros cuerpos, ganas
de empezar de cero.
Sin televisión, sin lavadora, sin distracciones
sólo esta opacidad eterna, medieval
que no entiende de interruptores ni estratagemas.
Tú y yo. Bautizándonos con la pantalla fundida en negro.
La electricidad, su ausencia, nos brinda
la oportunidad de enamorarnos de nuevo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Vicios y pruebas innecesarias

"¿Qué tal, que haces tú por aquí a estas horas?¿De donde vienes?"
"Anda hola...Pues me pillas volviendo a casa. Vengo de hacer una visita turística por la ciudad, se la estaba enseñando a una chica muy guapa, a la novia de otro. No había visto la catedral y no podía permitirlo, no había recorrido Sierpes ni había visto dónde ponen los Palcos en Semana Santa, no había paseado por la carrera oficial ni nadie le había dicho cómo se siente uno al entrar en la catedral de madrugada, cuando no hay nadie más que tú y tus hermanos, y lo único que alumbra ese vasto juego de arcos son las luces de los cirios que portamos y cuya llama retumba con la voz de las oraciones del Hermano Mayor, temblando pero sin llegar a apagarse nunca. Sabes lo que me gusta pasear por estas calles, más si es con alguien interesante, más si está amaneciendo por detras de los edificios y las calles están desiertas esperando a que nosotros las justifiquemos, sabes lo que me gusta arrancar una sonrisa a una desconocida y el enfermizo placer que siento al enamorarme de ella durante ese paseo que compartimos juntos y saborear la amargura de saber que ni es ni será mía más que nada porque no le interesa. Luego la he visto marchar, he metido las manos en los bolsillos y he venido paseando hasta aquí pensando en ella y sonriendo al darme cuenta de lo ridiculo que resulto a veces"
"Vaya...y,¿ qué tal estas ahora?"
"Bueno, ya sabes. Bien. No es la primera vez y... es una ciudad tan bonita."
Tengo la forma de un banco del parque,
el contorno de un espejo que contempla mejillas
delineadas de lágrimas ajenas.
Soy la almohada que utilizas para amortiguar los gritos
en la oscuridad de tu casa cuando todos los demás duermen.
Soy el guía turístico que muestra a las mujeres ya ocupadas
los encantos de las ciudades con magia,
el que se queda mirando cómo se alejan
escoltadas sólo por el amanecer
mientras yo aprieto los dientes y retuerzo los dedos de mis manos
que rebuscan en mis bolsillos algo que decir para que vuelvan.
El mejor amigo que duerme solo arrugando unas sabanas desiertas
habitadas en todo caso por un silencio incierto.
Tengo la forma de ese hombre profundamente solo
rodeado de gente que no le dice nada.
Y al que ya no oyen.

lunes, 16 de marzo de 2009

esta semana, cada dia es el final de una era

Siembra

No era la primera vez que se separaban, pero sí era la primera vez que le dolía. Más de lo que hubiera pensado ("Así que esto es lo que se siente"). Dejó de mirarse la punta de los zapatos; ¿qué respuesta iba a encontrar allí, de todos modos? y levantó la cabeza, sin sacar aún las manos de los bolsillos. Forzó una sonrisa, pero sólo consiguió esbozar una mueca amarga, fuera de lugar.
-Supongo que esto es un empate-intentó sonar, sin éxito, divertido.
-No- dijo ella- esto es un adiós.
Y, girando sobre sus tacones, se alejó para, presumiblemente, no volver.

domingo, 8 de marzo de 2009

Cada vez que un camarero me pregunta en algún bar "¿Quiere algo?" estoy tentado de sonreirle y contestarle "¿Quizá un poco de cariño?"

viernes, 6 de marzo de 2009

Vamos a forzar un par de situaciones
que podamos revisar luego al estilo de las fotografías,
que salgamos sonriendo exagerados y felices
no importa que a nuestro alrededor los edificios se derrumben
si retorcemos suficientemente las posturas
podremos olvidar lo retorcido de los sueños que se rompen.
Vamos a hacer hoy como si nada
dejaremos las conversaciones graves para luego
hoy será como si nunca me gritases
y tú harás como que no te doy con la espalda y con la puerta
alguna que otra vez en las narices.
Vamos a tensar la cuerda lo justo
para levantar a la felicidad del sofá donde buscó acomodo
exigiremos nuestra parte de ella, la que nos corresponde
la conseguiré a golpes por tí si es necesario.
Vamos a reirnos muy alto, a carcajadas, de puro ordinario
estoy harto de andar con el labio caido por la vida
el mundo no es perfecto, ya lo sabes
y yo tampoco, eso también lo he demostrado
pero vamos a hacer como que sí por esta vez, un rato
quiero ver tus ojos como eran antes, cuando nos queríamos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Mayonesa

Al verte darle forma a la pista de baile
comprendí el hecho de que tú
estes hecha del mismo carbono que el diamante

sábado, 28 de febrero de 2009

Primero hay una esquina solitaria, habitada sólo por un silencio sepulcral y desapacible. El empedrado de su asfalto está cubierto solamente por colillas de tabaco, cientos de ellas. Diseminadas de manera descuidada, pero dejando islas grises al descubierto, que no cierran el paso a posibles pisadas. Durante un rato es lo único que se alcanza a ver. Nada más. De súbito aparece su cara. Es tan bella. Su pelo cobrizo le cae sobre la cara, con igual descuido que el que ha esparcido las colillas. Lleva un vestido beige con un estampado de cuadros que se difuminan de los hombros a las pantorrillas, aunque nunca se ve tanto. Sólo su busto, pero sobre todo su cara. Se muerde el labio inferior, no de manera lasciva, no, sino casi con timidez, cómo si yo fuera importante, la última parte de su puzzle, por fin. Cómo si me temiera de algún modo. Y me mira, me sigue mirando.
Yo apoyo la cabeza contra la pared y me hago el perdido, parece que la cosa no va conmigo. Pero ella me sigue mirando, y su labio toma una coloración más oscura. ¿He hablado ya de su belleza?
La noche se pasa así, evitándo cruzar nuestras miradas. Es mi sueño favorito.

lunes, 23 de febrero de 2009

Me duele la luz al enfrentarme
directamente a ella
la misma luz que activa mis partículas.
El agua que reposa a oscuras
en la quietud de los aljibes
se mantiene pura, limpia, sana
y basta un rayo de luz tan sólo para que
el manantial de pureza se vuelva estanque
y lo tomen por la fuerza bichos, microbios y bacterias.

Y huele mal y cambia de color y ya no es fresca nunca más
porque la misma luz que activa mis partículas se come nuestras células
también.
Como un niño que nace inocente, limpio, sano
que es sólo amor, sólo un algo en potencia
sólo potencia, sólo un quizá, sólo un tal vez.
Tan sólo una preciosa incógnita. La más valiosa.
Y es la luz y es su hermano quienes lo estropean
le ponen en contacto con el mal, con la guerra,
le dan a probar del ser humano y su veneno.
Si quieres hacerle un favor a ese bebé,
a ese niño que no merece la corrupción de la luz
ni la perversión a la que le somete la intemperie
llévalo a una cueva y acurrúcate con él cobijados
solamente por corrientes subterráneas que mesen sus cabellos
y le bauticen en la protección de sus cavernas
cántale una nana al son de los goteos
de la misma agua que se filtra, pura, y como tu retoño y tú
huye de la luz, huye del mundo, huye del mal que espera fuera.

jueves, 29 de enero de 2009

No recuerdo si fue Octubre nuestro mes
pero sí recuerdo estar perdido en el pasillo
sabiendo que sólo llevabas puesta la puerta de tu dormitorio
mientras me temblaban las piernas
unas trece inundaciones por debajo del nivel del mar
sintiendome como un monigote de un cuadro en proceso
al que le han borrado la cara pasándole el pulgar
como si tú misma te hubieras arrepentido de haberme pintado.
Imagino que debiste creer que te marchitarías esperando
escuchando esos ruidos tan raros al otro lado de la pared
cuando retorcía mis dedos al hacer nudos marineros con ellos.
Creo que nunca fui tan cobarde como entonces
cuando vi tu mano rompiendo el remolino de la corriente
y yo elegí ignorarlo todo, ignorar tu mano, ignorar tu puerta
y taparme con mis dedos reliados la nariz
dejando que el bloque de cemento que me inventé a mis pies
me arrastrase hasta las profundidades de mi decepcionante oceáno.

martes, 20 de enero de 2009

Habitantes de la ciudad/2

El magnetismo indolente de unos jóvenes
que viajan entre las estaciones cariacontecidos
esperando otro dolor, uno distinto;
cualquiera que todavía no conocen, al que no le han puesto nombre
vestidos para no desentonar en los pasillos
deseando secretamente otra vida que la de sus padres.

Los ancianos que me miran desde el retiro de sus bancos
sonriendo con nostalgia al recordar cómo me siento,
cómo se sentían antes ellos.
Las parejas que se aman en silencio entre las calles
dando sentido a los ángulos muertos, a los rincones escondidos
justificando los cines, los parques, los restaurantes

El esqueleto de los edificos más altos, recortados por la niebla.

Terapia de grupo

Podríamos reunirnos hoy mismo. En algún lugar apartado
horas depués de la caída de la noche. O no.
Esa debe ser una de las reglas del club;
reunirse sólo cuando sea necesario. No podemos viciar la iniciativa.
Podríamos vernos tú y yo solos, entregarnos ambos al placer en egoismo
no avisar a nadie más de nuestra idea, enrocarnos como adolescentes
que se quieren pretender originales, liarnos la manta a la cabeza.
Podemos hacer que sea nuestro secreto.
También podemos invitar a algún amigo. No hemos regulado todavía
el derecho de admisión. (Nota a mi: Revisar los estatutos)
Lo que está claro es que el poder es nuestro por completo,
beneficios de crear nuestra propia sociedad secreta;
eliges nombre, ideario, propósito y hasta uniforme.
No puede faltar el santo y seña. Para alejar a los mirones.
De todos modos nadie entendería nuestro caso, nuestro club, nuestro refugio.
No todos sufren la misma enfermedad que padecemos. No muchos.
Afortunadamente para ellos.
El nuestro es un grupo sólo para terminales
para los que de verdad necesitamos de ello. Los que hemos perdido la esperanza,
abandonado el sueño. Nos despertamos de la mentira y ya sólo podemos encontrar placer en esto. El encanto de lo apocalíptico.
Podríamos reunirnos cualquier día, entonces, y dar rienda suelta
a nuestro impulso autodestructivo. Golpear las paredes, destrozar nuestra ropa
entre tirones y arañazos, desgarrar nuestros vestidos.
Tiraremos todo aquello que traigamos tras ponerlo colocado en una mesa,
la destrucción es placentera sólo si conlleva la desintegración de un orden.
Tú y yo no nos pegaremos, eso ya se ha hecho. Esto es diferente.
Gritaremos mucho, como locos. Quiero realmente hacerme daño en los nudillos
en las cuerdas vocales, quiero llorar como un niño
mientras me retuerzo en una esquina, arrugando algo bonito que haya escrito.
Quiero quemar mi ropa, partir por la mitad los libros que he leído
hacerme daño, hacerme daño, hacerme daño...
apretar los dientes, ver como te lastimas. No es morbo, no es enfermedad.
Es sólo rabia. Es lo que hay, es lo que queda. Es en lo que nos hemos convertido.
Me gustaría probar, aunque sólo sea una vez. Una sesión inaugural
de prueba. ¿Qué me dices?
Podríamos llamarlo El Club de los Gritos.

jueves, 8 de enero de 2009

Mala Gente

Al final, se hace duro verlas marchar. Observar como se arrojan en los brazos de alguien más, tras todo ese tiempo. Por alguna razón supongo que creí que serían mías para siempre, aún cuando eso no significara absolutamente nada, porque no quedaba nada ya entre nosotros. Había un cierto placer malvado en saber que seguían ahí por mí, saber de mi poder, intuir que podía recuperarlas, volver a empezar siempre que fuera ese mi deseo. Me hacía sentir bien, me hacía sentir superior. No pretendo que suene mejor que lo que es.
Saber que han superado mi marca, mi influencia, el impacto que, siempre terrible antes o después, causé en ellas es como sentir tambalearse los cimientos de un palacio construido por esclavos, del cual estás siniestramente orgulloso aún cuando asuste reconocerlo. Entender que volverán a besar a otro, entregarse a otro, mirar a otro como si fuera lo único realmente importante sea lo que quiera que sea que haya en el mundo aparte de él, amar a otro hasta ese punto en el que arriesgas tu propia integridad, tu orgullo, tu persona me hace sentir como uno más. No queda mucho hasta que sea un viandante cualquiera, un recuerdo borroso. Un prolegómeno.
Sabía que se irían, no podía pretender contar con su amor para siempre. Todas las adicciones se superan. Simplemente no quería que se rompiera el hechizo. Quería ser el único, el definitivo, el imposible. No debería sorprender a nadie, siempre fui un egoísta y así es como siempre me comporté con cada una de ellas.

viernes, 2 de enero de 2009

Crisálida

Ojalá pudiera atraparte el olor a incienso
que flota en Sevilla al mediodía
cerca de la Iglesia del Salvador.
Llena los pulmones con
el olor de mi infancia,
de las Navidades de verdad.
Semana Santa. Las manos de mis abuelos.
Las de Heriberto llevándome de vuelta a casa.
Sevilla huele cada mañana a incienso.
A frío relativo
y a todo lo demás.
Ojalá lo supieras.

Año nuevo...

Si observas que me pierdo
en la vorágine de decisiones
alcánzame una cuerda, un gancho,
cualquier cosa a la que sujetarme,
un clavo ardiendo,
un témpano de hielo...
Lo que sea.
Si ves que vago en el remolino
y no alcanzo a volver a mi hora,
que me he perdido,
enciende todos los carteles
que encuentres a tu paso.
Aunque sean neones de esos
que anuncian hamburguesas.
Da igual.
Las luces de la ciudad
de cualquier modo
ocultan las estrellas
y hay una bocina invadiendo de rojo
el interior de mi cabeza.
Antes de perderme en la nueva etapa
dame, ¿querrás?
tu mano.
Bien. Agárrame fuerte,
te asciendo a camino de vuelta.